Tras su paso por la Berlinale y por la Competencia Argentina del 20 Bafici, Darío Mascambroni (Primero enero) estrena Mochila de plomo, donde regresa al mundo de los niños en un coming of age duro, preciso y sensible.
Tomás es un chico de 12 años que vive con su madre en los suburbios de Villa María. Juega a la pelota, se junta con los pibes en una esquina, anda en bicicleta. Una noche su amigo Pichín, en un accionar también común, le trae algo de su hermano mayor para “guardar” en la casa. Sólo que esta vez es algo de cuidado: un revólver. Los chicos comentan sobre un personaje que va a salir de prisión, anticipadamente, por buena conducta y algo queda flotando en el aire.
Cuando al día siguiente llega al colegio portando el arma en la mochila, Tomás es dejado libre por faltas y, sin nada que hacer y sin nadie en la casa, comienza su deambular callejero: la visita a una tía, al bar del club donde se va a oficiar un asado de bienvenida para el liberado Nenino, un partido de fútbol que termina a las piñas y con corridas, la casa del abuelo. Todos están sin estar, como esa ausencia del padre que pesa pero acompaña.
Mientras el día avanza y va cayendo la noche, no es el cielo lo único que se oscurece (gran fotografía de Nadir Medina), el derrotero de Tomás también va tornándose más raro y negro; y los secretos y silencios familiares, las culpas, los reproches, aquello que nunca se dijo del todo y de verdad, va aflorando.
Mascambroni acierta en el modo en que elige contar ese día dosificando la información y con una puesta en escena donde nada sobra. Los chicos están brillantes -especialmente Facundo Underwood con un protagónico contundente acompañado de un destacado Gerardo Pascual (Pichín)- y eso ayuda al resultado final pero, también, devela una mirada atenta y cuidada del director y coguionista sobre el mundo infantil (la escena del puente tiene un aire de familia con Favio, sin artificios ni forzamientos sino por pura sensibilidad afín), sus maneras de vincularse, sus acciones y reacciones, sus modos de decir donde se evita el costumbrismo y la “naturalidad” per se.
Cuando las cosas se empiecen a poner negro sobre blanco ya todo está dicho y estamos ganados por la historia y por Tomás y esa escena final permite la esperanza pero haciéndonos saber que no fue gratis. Que las cosas duelen y que es mejor aprender a pedir perdón sin aferrarse al error.