Preguntas sin respuestas
Luego del auspicioso debut con Primero enero (2016), el cordobés Darío Mascambroni regresa con una película mucho más seca pero donde demuestra que los logros de su ópera prima no fueron producto de la suerte del debutante sino del talento de un artista que se las trae. Mochila de Plomo (2018) es también una película de iniciación pero en cierto sentido opuesta a su antecesora.
Tomás es un adolescente de 12 años, vive en un barrio periférico de la ciudad de Villa María, tiene una madre más preocupada por sus salidas nocturnas que por el hijo, y un padre que fue asesinado en una situación algo confusa. Tomás va a la escuela pero queda libre, juega al fútbol y deambula por la casa de algunos conocidos, más preocupados por librarse de él que por contenerlo, siempre con una mochila en sus espaldas. Es en esa mochila en la que Tomás tiene un arma.
Mochila de Plomo es una película que genera preguntas, a diferencia de un protagonista que busca respuestas. Sobre el padre de Tomás hay un silencio tácito. Nadie quiere hablar de él y Tomás busca quebrar ese silencio. Busca entender quien fue, que hizo y por qué lo mataron. Respuestas que todo su entorno evade y que las encuentra en el propio asesino.
Thriller minimalista, con momentos de mucha tensión y una dosis de suspenso, la historia sigue el punto de vista de Tomás, un intenso trabajo de Facundo Underwood que compuso un niño tosco, incapaz de demostrar afecto, pero que a la vez genera empatía con el espectador. Mascambroni tiene el talento de hacer actuar bien a no actores, de llevarlos al límite de lo que pueden dar para lograr personajes creíbles, sin la necesidad de golpes bajos ni efectismos, algo que tambien había demostrado en Primero enero.
Si en Primero enero Mascambroni apelaba a una historia melancólica en una especie de despedida entre un padre separado y su hijo pre adolescente, en Mochila de Plomo abandona todo dejo de ternura para apelar a la sequedad de personajes carentes de afecto, que se ignoran prefiriendo no ver lo que pasa por delante de sus ojos. Como en Crónica de un niño solo (1964), Tomás debe sobrevivir por cuenta propia, mientras deambula solo por la ciudad de Villa María, despidiéndose del niño que fue para convertirse en el hombre que será, buscando respuestas, que tal vez nunca nadie se las conteste y un futuro que probablemente no tendrá.