François Truffaut sugirió, sin dar muchas explicaciones, que un buen modo para que la obra de un cineasta evolucione consiste en realizar cada nuevo filme que se encara en contra del que hizo con anterioridad ¿Qué beneficio tiene negar una certeza o alejarse de un camino probado? Exponerse al riesgo no es la elección mayoritaria; insistir en lo que se desconoce no es para todos.
El joven cineasta Darío Mascambroni sustituye aquí el minimalismo poético de su primer filme, titulado Primero enero, por un drama microscópico circunscripto a ciertos motivos que pertenecen al inventario del costumbrismo. Una ciudad de provincia es el contexto; los imperfectos vínculos familiares, el texto. Las locaciones proporcionan una idea de mundo: la escuela, el club de fútbol, las calles y el río, privilegiado espacio común del ocio para quienes habitan un universo simbólico bastante ordenado aunque no exento de fallas. El padre de Tomás, el joven protagonista, murió antes de tiempo. ¿Las razones de su muerte? El deseo de saber de ese niño, querido (por su madre, pero no tanto por otros familiares) pero abandonado, es lo que pone en marcha el relato.
En su filme precedente, Mascambroni dejaba en fuera de campo a la madre y se ceñía al vínculo de un padre y su hijo durante una estadía en las sierras. Aquí, el ausente es el padre. La falta une a los dos personajes (quienes, además, siempre transitan la misteriosa edad de la infancia) y determina la posición subjetiva del personaje. Así descripto, de la primera a la segunda película nada ha cambiado y a su vez todo es distinto.
En Mochila de plomo, el peligro no se circunscribe al desamparo de los truenos en una noche tormentosa en las sierras. El protagonista, en esta oportunidad, siente que el mundo no es un lugar seguro. En este hay revólveres, dinero, gente capaz de matar y traicionar. Todo esto es intuido en la mirada del protagonista, y el gran mérito del filme es poder filmar la precoz toma de conciencia de su principal intérprete.
La invocación al cineasta de Los 400 golpes no es antojadiza. En Mochila de plomo se reconoce esa tradición y se la honra. Eso no significa que este filme sea un remedo de aquel. Mascambroni solamente toma de esta tradición su incómodo principio filosófico que postula la infancia como edad de la desolación y el desamparo. Sobre esa clarividencia, Mascambroni establece su sensibilidad como cineasta, que consigue plasmar enteramente en una escena al lado del río. Tomás y un querido amigo juegan a ser adultos por un rato: fuman y disparan un arma. La distancia de registro, el tiempo de los planos y el ritmo estructural de la escena, como también el inicio y el final, revelan que detrás de todo este cuento de infancia hay un director de cine.
Como Tomás, el cineasta también crece. Mochila de plomo es un paso firme en su carrera, porque todo parece haber salido de acuerdo a un plan. Pero todo cineasta tiene que proponerse alguna vez filmar en una tierra desconocida, donde los planes sean irrelevantes y el azar filtre su encanto. Por suerte, Mascambroni seguirá filmando, y lo inesperado lo reclama.