Presentado en la Competencia Argentina del [20] BAFICI, Mochila de plomo es el segundo largometraje de Darío Mascambroni, quien en 2016 ganó con Primero Enero y ahora se perfila para volver a llevarse el galardón. Aquí, el ritmo constante y las situaciones de tensión del film van reforzando la personalidad y las decisiones de su pequeño-gran protagonista. Una película que, como la anterior, cuenta con actores no profesionales, pero gracias a una excelente puesta en escena esto no se nota. Por el contrario, se naturalizan las acciones, lo cual otorga un impacto realista mayor, sin elementos forzados o desprolijos.
Tomás (Facundo Underwood) es un niño lleno de ausencias e incógnitas, cuya ingenuidad pre-adolescente le genera una gran desventaja. Su crecimiento deberá ser abrupto a riesgo de perder la inocencia para siempre. Es hijo único, su padre fue asesinado y su madre no le presta atención. Sin sostén familiar ni escolar, con la incertidumbreque lo abruma de no saber quién era su padre, ni qué hacía para vivir, ni por qué lo mataron. En la búsqueda de respuestas, lo acompañará durante toda la película una pesada mochila: su amigo Pichín (Gerardo Pascual) va a su casa luego de un partido de fútbol y saca de la botinera un arma que pertenece a su hermano.Tomás se sorprende, apenas se anima a tocarla. La esconde debajo de la cama y no puede conciliar el sueño con esa presencia, o mejor dicho, con el objetivo previsto que le representa. Al otro día la guarda en la mochila, como una compañera que lo asusta pero también lo estimula de forma peligrosa. Es tal el peso simbólico de la mochila en relación con lo que esconde, que el espectador termina sintiendo que él mismo es quien la carga.
A medida que transcurren los hechos, el relato expone el entorno del protagonista de forma muy precisa, dosificando la información pero sin dislates, resolviendo las incógnitas que inteligentemente se plantean. En la profunda soledad y la falta de atención que padece Tomás, Pichín (que no es el Polín de Favio, si bien se asemeja en picardía) parece ser su único aliado. Pero Pichín también es un niño, rodeado de un contexto quizá más complicado que el de su compinche, en un barrio de Villa María (Córdoba) que podríamos vincular a un paisaje del Conurbano en los 90 (partidos de fútbol, juntadas en la esquina, paseos en bicicleta).La narración hace foco en el (auto)aprendizaje que Tomás debe llevar a cabo, verificando por sí mismo una realidad frente a la cual, inevitablemente, hay que actuar. La fortaleza para enfrentar las situaciones se mide por su propio impulso, por la personalidad que deberá forjar de golpe y porrazo, antes de repetir los traspiés de los adultos cercanos. Cada escena habla del instinto infantil que lo hará cometer y a la vez evidenciar los errores de los mayores, para mitigar su temprana angustia.
Desde el aspecto narrativo-formal, la película va llevando al espectador por el suspenso hasta su punto culminante, donde las lágrimas empiezan a deslizarse sin reparos. Mochila de plomo es una obra contundente, que habla de la importancia de la infancia, del apoyo necesario tanto de la
familia como de las instituciones, de la verdad que siempre debe ser contada para que los niños no dependan de su sola conciencia, mucho menos en el momento en que la están desarrollando. Podrá parecer lo mismo, pero tener la 9 en la espalda no es igual que llevar la 11.