Un relato de amores contrariados
Ambiciosa en su temática y desarrollo formal, la nueva película de la directora de Polisse es plenamente consciente de su ascendencia dentro de una extensa y rica tradición cinematográfica, la del melodrama, pero despojado de viejas convenciones.
Cierto instinto periodístico/ cholulo declara indispensable puntualizar que la realizadora y actriz Maïwenn (nombre completo: Maïwenn Le Besco), directora y coguionista de Mon roi, inició una relación sentimental con el productor y director Luc Besson a la edad de 15 años, desposándolo pocos meses después y dando a luz a un hijo de ambos a los 17. Y que esa polémica (en su momento) relación entre un hombre maduro y una adolescente dio origen –según narran los propios protagonistas– a los personajes de Mathilda y Leon en El perfecto asesino. Datos quizá poco conocidos por estos lares, pero muy presentes en la prensa francesa. Maïwenn tiene hoy 39 años y hace rato que dejó de ser “la chica de Besson”, literal y simbólicamente, y su C.V. como realizadora incluye cuatro largometrajes, entre ellos Polisse, Premio del Jurado en Cannes 2001.“Mi rey”, traducción no vertida en el lanzamiento local, cuenta con un reparto envidiable de talentos en pantalla: Vincent Cassel como protagonista masculino; la no tan famosa Emmanuelle Bercot como contraparte femenina (Mejor actriz ex aequo en Cannes por este papel), Louis Garrel en un rol secundario pero esencial. Además de un guión ambicioso en su temática y desarrollo formal, plenamente consciente de su ascendencia dentro de una extensa y rica tradición cinematográfica: la del melodrama. Porque, aunque por momentos no lo parezca, Mon roi despliega su relato de amores contrariados con la potencia de la hipérbole, aunque la cancha esté siempre marcada por dosis de realismo inyectados para equilibrar la balanza (el público no tolera ciertas convenciones narrativas como en el pasado, parece decir sotto voce la película).No por nada la primera escena introduce a Tony (Bercot) esquiando de manera absolutamente impropia, casi suicida, reventándose una rodilla en un accidente. A partir de allí, la lenta cura en un centro de recuperación permitirá el ida y vuelta en el tiempo, los flash- backs que no necesariamente están pautados por recuerdos puntuales, aunque el punto de vista sea, casi siempre, el de Tony. Corte al encuentro con Georgio (Cassel), el dueño de un restaurante que parece tener toda la onda y que, rápidamente –a primera vista, como suele decirse–, encandila a Tony tanto como ella encandila a Georgio. El primer encuentro sexual, rodado como gran parte del film con una cámara frenéticamente móvil, permite advertir una de las virtudes de Mon roi: la franqueza casi hiperrealista con la cual algunas de sus secuencias tienen lugar dentro del rectángulo de la pantalla.El relato sigue la progresión y transición de esa relación entre un hombre y una mujer adultos, desde el enamoramiento al asentamiento sentimental, de la soltería a la cohabitación, del nido de a dos a la maternidad/paternidad. En sus mejores momentos, el film parece inspirarse en aquellos dramas “matrimoniales” de John Cassavetes, donde un pase de facturas verbalmente violento puede desembocar en besos y abrazos, el amor y el odio embrollados, conjugando un nuevo vocablo. En otros, Mon roi se pierde en un jugueteo actoral casi histérico e imita formalmente esa relación de pareja –que, por momentos, podría definirse como patológica– a partir de cortes de montaje no siempre pertinentes, precoces por exceso de estilo, artificialmente abruptos. De a ratos, incluso, da toda la impresión de que la película ya no tiene mucho más para contar, hilvanando escenas un tanto humillantes para los personajes por el simple hecho de que puede y quiere hacerlo. El resultado final, como la relación entre Georgio y Tony, parece reunir lo mejor y lo peor de dos mundos, en una película que crea un universo y desea compartirlo –y, en parte, lo logra–, aunque en el camino deje de escucharse a sí mismo, tapado por su propio griterío.