El drama de arrodillarse
Varias veces contada, esta relación de pareja enfermiza se vuelve creíble gracias a las actuaciones.
Primera escena. La familia esquiando en la nieve. Una caída que no vemos, la de Marie, a quien apodan Tony (Emmanuelle Bercot). Un diagónstico. Rotura de ligamentos. Y Tony que encara una dura rehabilitación en una clínica con vista al mar, pero recluida. Así comienza Mon Roi, de la francesa Maiween Le Besco, película sobre una enfermiza relación de pareja, sobre el apego a un vínculo contra todas las evidencias, sobre la consciente ceguera de un amor. Una historia conocida, mil veces contada.
Por eso el desafío es doble. Y descansa exclusiva e intencionalmente en las actuaciones de los protagonistas. Tony y Georgio (Vincent Cassel) llevan diez años juntos, a los tumbos, en un vínculo tempestuoso, que ahora ella puede mirar en retrospectiva. Cuidada por los médicos, junto a sus impolutos compañeros de rehabilitación, comienza la reconstrucción de ese pasado ardiente y doloroso. Una sucesión de flashbacks, una historia de amor sufrida, vista desde otro lugar.
¿Por qué depende de las actuaciones el filme? Porque el argumento es demasiado explícito, tanto que adjudica esa rotura de ligamentos al sufrimiento de Tony, al sometimiento a su pareja. Arrodillarse, doblegarse, someterse, sí, como resultado de un conflicto emocional. La explicación piscológica parece banal para asumir la violencia y el desprecio de Georgio, que es puro narcisismo, pero sobre todo el sometimiento desesperante de Tony.
En esa difícil tarea de reconstrucción contamos con Bercot y Cassel (ella obtuvo el premio a mejor actriz en Cannes por este papel). Actuaciones amparadas por una serie de historias colaterales, andamiaje necesario para un conflicto duro, ese amor que Tony se obliga a mantener con Georgio, un tipo despreciable que también puede ser encantador.
El trabajo corporal de Bercot, la natural repulsión que provoca Georgio, más una sucesión de hechos trágicamente familiares vistos en perspectiva, consiguen involucrar al espectador, hacerlo caminar por esa cornisa, por ese riesgo que significó entregarse por completo a alguien sabiendo que ahí nomás estaba el precipicio. Narcisismo, brevedad de los buenos momentos, inercia de un vínculo, la inteligencia y la evidencia sometidas a la pasión y a la necesidad, todo está concentrado en esa caída, amarga confirmación del sometimiento y la doblegación.