El melodrama y el naturalismo
Las idas y vueltas de las parejas ya son, miradas desde el cine, un subgénero en sí mismo, y la directora Maïwenn parece totalmente autoconsciente al respecto construyendo en Mon roi (impertinente no traducción del interesante “Mi rey”, que es lo que significa ese título original en castellano) un film que no sólo retrata el comienzo y final de una relación de pareja sino además llevando cada instancia a un nivel hiperbólico que recuerda las texturas del melodrama. En esa apuesta por los excesos, la realizadora acierta cuando logra algunos momentos de una intensidad verosímil y cuando se recuesta sobre el talento de sus dos excelentes protagonistas, Emmanuelle Bercot y Vincent Cassel.
Maïwenn también sostiene el relato a través de un interesante juego de montaje paralelo: el presente está construido alrededor de un accidente de esquí y la posterior rehabilitación que realiza Tony (Bercot), mientras se enlazan flashbacks en los que conocemos el pasado de la protagonista, su enamoramiento, su amor loco, con Georgio (Cassel). Es interesante por cuanto la directora no trabaja explícitamente los flashbacks como recuerdos precisos, si no como instancias de vida que vienen a la memoria en momentos que son tiempos muertos dentro de una larga y aburrida rehabilitación médica. La falla se da cuando el montaje deja ver alguna metáfora un poco burda, entre el pasado y las imposibilidades de Tony para caminar en el presente. Pero no deja de ser un atractivo recurso desde donde abordar una historia que, de otra forma, resultaría un tanto trillada.
También es fundamental la forma en que la directora registra el encandilamiento inicial de la pareja y su posterior degradación: si por un lado hay una recurrencia al melodrama, con sus excesos de tono, por el otro hay una cámara cercana, en constante movimiento, que parece señalar lo verídico que existe por detrás de los géneros. Esa lucha constante entre el artificio y lo naturalista (con herencia dentro del cine francés), que se sostiene también por las presencias de los dos protagonistas y la cotidianeidad con la que actúan sus roles (especialmente en la primera parte del film), es lo que le aporta al relato una tensión y fuerza infrecuente. Ese nervio, es en definitiva lo que invoca los propios fantasmas del espectador cuando observa el -por momentos- descarnado retrato de una relación que se va en picada, salvando las diferencias sociales y de clase que los personajes evidencian con nosotros.
Pero tras todo el depurado y autoconsciente trabajo formal, Mon roi tiene como eje tal vez una cuestión que pasa un poco desapercibida entre tantos gritos y -pocos- susurros, y que es la mirada femenina sobre lo masculino y su imprevisibilidad, no del todo manifiesta o reconocida culturalmente, como así también el espacio que se forja el hombre como soberano dentro de una relación que debería ser de a dos. El final es ejemplar en ese sentido, con una serie de miradas que se cruzan y se esquivan, y una actitud corporal que busca seducir a la vez que repele. Esa fascinación de Tony por Georgio queda explícita, de ahí lo de “Mi rey”, aún en la violencia física o psicológica que aquel pueda ejercer sobre ella. La película de Maïwenn es una suerte de reflexión sobre el rol que juega la mujer y de qué manera se enfrenta a lo masculino. Es verdad que en su búsqueda de una dosis similar de naturalidad y verismo, cae en momentos de un sadismo gratuito y permite que los personajes se degraden de manera muy poco pertinente. Por estas cosas, Mon roi no es la gran película que podría haber sido.