El joven Gengis Khan
En Un tiro en la noche (The Man Who Shot Liberty Balance, John Ford), se pronuncia la celebre línea ”en el oeste, cuando los hechos se convierten en leyenda, se imprime la leyenda”. Parece que lo que ocurre en el oeste también es aplicable a Mongolia, y por más que los realizadores de Mongol hayan explicitado que su intensión era la de desmitificar la versión corriente de un Gengis Khan cruel y sanguinario, que en el imaginario popular lo emparenta con personajes como Atila el Huno (para los que tenemos cierta edad Gengis Khan también era un luchador de Titanes en el Ring, y era malísimo), lo cierto es que aquí la operación más que de desmitificar es la de construir un mito opuesto: el de un Gengis Khan sabio, justo y valiente que ya de niño estaba predestinado a una grandeza que las dificultades y derrotas que sufrió en la juventud no hicieron más que retardar o, mejor aún, preparar. Y no está mal, porque en todo caso es una opción tan valida como la de ajustarse a un realismo histórico igualmente sospechoso y cuando para el espectador esta claro desde el vamos que lo que se va a contar es eso: la leyenda del joven Gengis Khan.
Mongol vendría ser entonces como una precuela o un episodio uno del que luego sería el personaje más conocido. Así como el niño y luego joven Anakin se convertirá en Darth Vader en la saga de La guerra de las galaxias, el niño y luego joven Temudjin se convertirá el Gengis Khan guerrero y conquistador. Un personaje que para cumplir su destino recorrerá un camino plagado de dificultades y pruebas, que nacerá como el hijo del jefe de una de las tantos pueblos nómades de Mongolia, que siendo aún un niño elegirá a la que será la mujer de su vida (y a la que lo unirá un lazo indestructible e incondicional), que sufrirá el asesinato de su padre, la persecución y la esclavitud, que se sobrepondrá, luchará, ganará amigos y combatirá a sus enemigos, para finalmente unificar a las tribus y (ya no en esta película, pero esa es la historia conocida) construir un imperio que conquistó la mitad del mundo entonces conocido.
Hay varios elementos que hacen al carácter mítico del relato y lo alejan del naturalismo. Los más evidentes son aquellos que pueden tranquilamente considerarse sobrenaturales: un monje que al ver a un Temudjin derrotado y prisionero puede ver no obstante su destino de conquistador, o los elementos de la naturaleza que, como los truenos que según la tradición mongola expresan la ira de los dioses, se manifiestan en escenas clave. El más claro ejemplo esta en los momentos de orden sagrado en que Temudjin, en las circunstancias de mayor desamparo e incertidumbre, ira a implorar la ayuda del Señor del Cielo y entonces un lobo (o quizás otra entidad con esa apariencia) aparecerá para acecharlo, observarlo en silencio y dar cuenta de que sus plegarias son escuchadas desde el otro lado.
Se trata de una épica y la puesta responde a esa tónica: grandes batallas filmadas con brío y emoción, la presencia imponente del paisaje de la estepa mogola y un protagonista cuyas cualidades exceden a lo humano. La narración es bien clásica y si bien es previsible funciona si uno entra en ese código y acepta la solemnidad y cierta grandilocuencia en diálogos y situaciones como consustanciales a esa épica. Si uno es capaz de hacer esa operación, esta gran producción de países poco habituales para este tipo de films, como Rusia, Mongolia o Kazajstán, se vuelve un producto entretenido y una experiencia interesante al ver una épica diferente a la hollywoodense pero no por ello menos afecta al mito. Ya se sabe, la leyenda imprime tan bien…