Dentro de una familia tradicional, cuyo padre es sumamente estricto, duro, irascible, vive un adolescente que concurre a un colegio católico y pretende luego ingresar al seminario para convertirse en sacerdote, pese a que su progenitor quiere que estudie una carrera tradicional para ser “alguien” en la vida.
Con este panorama pasa sus días Jorge (René Pastor) hasta que recibe el resultado reprobado del examen de ingreso. Ante esta situación su padre se enoja con él y lo echa de la casa.
Perdido y sin una idea clara de lo que va a hacer, junto a un amigo, de repente, decide alistarse en el ejército.
Esta historia real, ubicada en Ecuador en 1941, cuando se encontraba en un conflicto con Perú por una situación de límites geográficos, se desarrolla esta película dirigida por Alfredo León León, donde la existencia de Jorge cambia de un día para el otro, no sólo por intentar ser un militar como tabla de salvación sino que para su instrucción es enviado a la selva amazónica ecuatoriana junto a su amigo y a otros tres reclutas, bajo el mando del sargento Flores (Alfredo Espinoza). Allí quedan aislados de todos a la espera de que llegue un teniente con provisiones y nuevas instrucciones.
La guerra entre los peruanos, que llamaban a sus enemigos “monos” y que los ecuatorianos identificaban a ellos como “gallinas”, le golpeó la puerta de su guarnición.
Con una buena ambientación en la ciudad, en contraposición a la precariedad y austeridad rayana a la pobreza, durante la estadía en la selva, sumada a la humedad permanente, las incomodidades, la falta de comida, los mosquitos, etc., se desarrolla esta historia con un relato consistente, sostenido por las continuas contingencias que transita el protagonista que no esperaba nada de esto, pero lo toma con entereza y valentía.
El director, en su ópera prima, se apoya en las actuaciones y la utilización de la selva como locación para narrarnos sin artilugios, cómo peleaban en esa época dos países pobres sudamericanos, lejos de la sofisticación y el presupuesto que, por ejemplo, se manejaba en esos momentos en Europa.
Saber absorber las sorpresas que da la vida es un acto de sabiduría, aunque en ese momento uno no tenga conciencia plena de lo que está haciendo, y Jorge, en un año, supo salir de su hogar y convertirse en un hombre inesperadamente.