Mientras los hombres de la casa esperan la cena, el mayor de los León Chávez queda inmerso en el monólogo paternal de lo que debe ser un hombre con futuro y reconocimiento social, mientras que el pequeño juega fervientemente con los soldaditos escondido bajo la mesa. La llegada de la madre con la sopa quiebra el peso del aire, pero no se puede evitar el desastre: el niño se levanta de forma abrupta y tira el mantel junto al contenido servido. Pronto, el rojo de la sopa de tomate tiñe la blancura de la tela y queda debajo de uno de los muñecos; una alusión casi pasajera del destino que está por toparse con Jorge.
Y es que los soldaditos de plomo son un motivo recurrente de Mono con gallinas: ya se los evidencia al comienzo desplegados como grupo sobre un mapa a gran escala, en los planos detalle de una bomba a punto de ser lanzada, los casco, la boca que parece gritar sin voz o al final, en un juguete decapitado en la puerta de la casa, una mezcla de héroe y figura anónima, un protector que sin su cabeza no se reconoce como singular ni tampoco como ser social. En definitiva, la lucha por reconocerse a sí mismo entre los demás, insertarse en la historia y volverse presente. Porque no se trata de un fantasma, porque el protagonista no murió como todos decretaron.
Si bien la película del quiteño Alfredo León desarrolla el conflicto limítrofe entre Ecuador y Perú de 1941 –de hecho el título alude a las denominaciones de cada bando, los ecuatorianos llamados monos y los peruanos gallinas–, lo trabaja como marco contextual y no lo profundiza en tanto explicación histórica ni militar. En efecto, el foco está puesto en Jorge León Chávez, el tío abuelo del director, y en su reconstrucción biográfica desde que se va de la casa a los 18 años, el enrolamiento en el ejército, la vida en la selva y su captura por el enemigo.
El hecho más paradójico está ligado al progreso de ese deber ser del comienzo, una suerte de manifiesto paternal estructurado que se choca con la búsqueda de la propia identidad, el entrenamiento que responda a nuevas inquietudes y un retorno opuesto con un personaje escindido e incompleto; un hombre que no sólo no puede ser, sino que tampoco corresponde a un tiempo del aquí y ahora. A final de cuentas, el avance no hace más que tornarse detenimiento, el presente en atemporalidad, a-historicidad y el hombre en réplica de plomo.
Por Brenda Caletti
@117Brenn