Entre los largometrajes que hoy renuevan la cartelera porteña, Mono con gallinas sobresale por su lugar de procedencia, Ecuador, o mejor dicho por las implicancias de este dato. Es que, por un lado, la opera prima de Alfredo León León es fruto del esfuerzo de ese país por montar su propia industria cinematográfica y, como se trata de una coproducción con Argentina, de la alianza binacional concebida con ese propósito. Por otro lado, el film transcurre en el marco de un episodio histórico poco –o nada– conocido por estos lares: la guerra que enfrentó a Ecuador y Perú entre mediados de 1941 y principios de 1942.
Mono con gallinas desembarca en Buenos Aires casi cuatro años después de haberse estrenado en su país de origen y dos meses después de una primera exhibición en nuestra ciudad, como película de apertura del segundo Festival de Cine Ecuatoriano en Argentina. En la conferencia de prensa destinada a lanzar aquella muestra, un miembro del jurado contó que el país que gobierna el correísta Lenín Moreno produce entre 21 y 25 películas por año, cuando “en 2009 con suerte hacía una o dos”. El mismo Marcelo Vernengo recordó que en el transcurso de ese año empezó la cooperación entre el INCAA y su homólogo CNCine.
En su primer largometraje, León León recrea la historia real de un tío abuelo que en sus años mozos ingresó al ejército ecuatoriano justo cuando empezaba la denominada Guerra del ’41. De hecho se llama como aquel pariente ya fallecido el joven quiteño que se entrena apenas como soldado de infantería, dispara algunos tiros y cae prisionero de los peruanos. Según la jerga bélica de entonces, él es el mono y los enemigos, las gallinas.
Un poco como en la célebre novela de Erich Maria Remarque, aquí tampoco hay mucha novedad en el frente. En otras palabras, el realizador parece menos interesado en los entretelones de aquel conflicto en particular que en ciertas características en común con otros enfrentamientos bélicos del siglo veinte en nuestra región. Por ejemplo, la candidez de los jóvenes reclutados, el destino que Ejércitos (y Estados) le reservan a esa soldadesca improvisada, la exacerbación absurda del sentimiento nacionalista, la deshumanización propia y del enemigo, la convivencia con el hambre, la miseria, el agotamiento, la enfermedad, el miedo, la muerte.
León León recrea muy bien el desgaste físico y anímico que provoca el estancamiento bélico en territorio selvático. El fango, las lluvias, el calor, “los zancudos” atentan contra la (sobre)vida de los personajes… así como probablemente complicaron la instancia de rodaje.
Si esa hipótesis es correcta, entonces vale ponderar especialmente el desempeño del director de arte Roberto Frisone y del elenco que encabeza René Pastor. En este punto, corresponde señalar que uno y otro fueron distinguidos con una Iguana de Oro en la primera edición del Festival Internacional de Cine de Guayaquil.
Sin dudas, Mono con gallinas aumenta la curiosidad por la movida cinematográfica ecuatoriana. Ojalá este estreno porteño les allane el camino a los colegas y compatriotas de León León interesados en mostrarle sus películas al –a veces reticente– público argentino.