Mientras miraba la notable Monos, pensaba todo lo que tiene para aportar el cine colombiano a la reflexión sobre el mundo contemporáneo. Un territorio históricamente atravesado por disputas y conflictos políticos que se remontan a tiempos de la conquista, de la colonia, de los virreinatos, los conflictos armados del siglo XX. Un paisaje intenso (interno y externo) que este film reelabora como espacio de permanente rememoración de la violencia. Algo que el arte colombiano viene entendiendo y lanzando al mundo hace ya tiempo, pero que el cine se debía como una deuda que Monos empieza a saldar con creces.
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Hay muchas cosas para decir del film de Landes. Primero que parece un milagro en el contexto del cine latinoamericano en general. Una referencia hacia la historia con modos de distopía que, sin ubicar su argumento en un momento dado, arraiga en él una violencia conocida: la de los grupos paramilitares o de autodefensa, relacionados con los grandes estancieros o con los carteles del narcotráfico que van escalando su violencia en porciones degradantes e involucrando a la población civil a partir de la década del 70/80.
El grupo de adolescentes y jóvenes de Landes, se disciplinan con las formas militares que imparte un “mensajero” que los hace obedecer en escalafones de liderazgos rotativos. Es un escuadrón que tiene como misión cuidar a una ingeniera norteamericana secuestrada por la Organización. Se autollaman los Monos, pese a que lo primate no excluye una manera racionalizada de concebir el mundo. Un mundo que borra los limites entre los hombres y las mujeres, en el que todos son soldados, y en el que el sexo es importante porque es una acción que se ejecuta como todo lo demás; Rambo, el personaje más ambiguo sexualmente representa una manera instintiva que el guión acierta en no problematizar.
Decía que Monos es un film notable. Un film que transmite también la violencia de ese espacio salvaje, inhóspito, inexplorado pero recargado con su guerrilla y sus paramilitares. Ese espacio tiene en el relato dos hitos fundamentales: la montaña de la primera parte, marcada por la niebla y el frío; y la selva, de la segunda parte en la que el río se convierte en limite, vía de escape pero en el que la vegetación excesiva y dominante invade todo, incluso la mente de sus habitantes.
Entre uno y otro espacio un momento particular: tres de ellos alucinan con una droga, ríen, entran en trance. Hasta parece felices. La naturaleza es el lugar de los sueños. Y el de los sonidos. Atención con la banda sonora de Monos, una película también del hombre enfrentando a la naturaleza sin caer en los lugares comunes de ese conflicto. Gran mérito del film.
Otro de sus méritos es no abrir juicios de valor, ni históricos ni políticos. Aquí es un grupo de adolescentes (algunos niños) que se organizan mecánicamente, que nunca expresan sus sueños, que sólo sobreviven (como los monos) y que tienen un solo objetivo. Y una mujer desesperada por escapar a esa degradación que significa perder la libertad. En el medio, algunas situaciones de humanidad. Y un relato que nunca pierde interés.
Un film en el que seguramente los colombianos harán su lectura, tal vez más profunda y más centrada en su propia historia. Por lo pronto, Monos propone un cine latinoamericano potente que no imita modelos porque no se parece a nada: solo eso merece un gran aplauso.
Ver también la critica que hicimos en BAFICI por Fernando Caruso