Monos

Crítica de Diego Lerer - La Agenda

Apocalipsis, ahora

Combinando ideas del cine bélico y El señor de las moscas, Alejandro Landes consigue en Monos una experiencia singular, sólo para la pantalla grande.

Tarda uno un buen rato en darse cuenta de que la nueva película de Alejandro Landes (el realizador de Porfirio, un cineasta de origen colombiano pero con un recorrido amplio por varios países) tiene como centro los conflictos armados de su país. La primera impresión que se tiene es la de estar frente a un film que transcurre en algún planeta lejano, o en una civilización antigua. Hay una construcción del espacio muy particular, alejada de cualquier localismo evidente que nos permite pensar lo que vemos en términos casi abstractos.

Los acentos y las formas del habla, quizás, nos van revelando algunos detalles. Pero no más que eso. Hay un conflicto armado. Hay un grupo de jóvenes, adolescentes y hasta niños que se ocupan de “cuidar” a una mujer secuestrada de origen norteamericano (Julianne Nicholson, recientemente vista en un papel muy distinto en la película argentina Iniciales S.G. junto a Diego Peretti) y que se entrenan a las órdenes de otro peculiar y extrañamente temible personaje. Y desde ahí partimos hacia lo desconocido.

Landes evita casi cualquier convención clásica del subgénero de dramas bélicos latinoamericanos optando por construir, casi en dos tiempos bastante diferenciados, una suerte de tensa y hasta absurda espera, y luego, un viaje furioso por la jungla. Monos puede ser vista como una película de aventuras, un drama personal con toques cómicos o la historia de este heterogéneo grupo de jóvenes encargado, a su manera, de cuidar a la mujer secuestrada en cuestión. Un poco de delirio y surrealismo a lo Apocalypse Now, otro poco El señor de las moscas y un extra de crudo y violento realismo bélico al estilo Pelotón.

Partiendo desde ese lugar aislado y misterioso (una suerte de paisaje lunar que la cámara recorre, de manera muy activa, con destreza y maestría) en el que las armas pueden ser un juego hasta convertirse en una pesadilla, sin que los chicos parezcan darse cuenta de la gravedad de la situación, Monos va recorriendo un extraño camino que se enreda más aún cuando, en la segunda parte del film, algo sucede que cambia el tempo, el tono y los escenarios que vinos hasta entonces.

En todo momento, la banda sonora omnipresente pero sutil de Mica Levi (Under the Skin, Jackie) va haciéndole sentir al espectador la sensación de que algo ominoso y denso puede pasar en cualquier momento. Y lo hace mediante el uso de pequeños leit motifs sonoros que acompañan a cada personaje y, especialmente, un paisaje de sonidos discordantes que generan inquietud y misterio a cada paso.

Monos -que representa a Colombia en los premios Oscar y que cuenta además con actores (Jorge Román), técnicos, un coach actoral (Inés Efron), producción y un guionista (Alexis dos Santos) argentinos- es una película que merece ser vista en una pantalla grande para ser verdaderamente apreciada, ya que, debido a su formato de cine de aventuras/bélico, se beneficia mucho al ser experimentada de una manera vivencial, sensorial, física. Tamaño XL.

Con una línea narrativa bastante simple, lo que hace de Monos una experiencia fuerte es la manera en la que Landes nos mete en la cabeza de estos chicos, con quienes empatizamos al principio más allá de saber lo que están haciendo, ya que entendemos que la situación y la presión los fuerza a tomar decisiones y a hacer cosas que normalmente no harían. En sus intentos por jugar, entretenerse o hasta vivir algún tipo de romance, podrían ser chicos cualquiera jugando a la guerra. Hasta que el juego deja de ser tal y las armas prueban ser letales, dejando en claro que -por más que crean poder manejar la situación- casi ninguno de ellos está realmente preparado para enfrentar la parte más desagradable y cruda del asunto.

Se trata de una película alucinada y alucinante, intensa y brutal, que intenta escaparle a las fórmulas previsibles con las que el cine de esta parte del mundo pone en pantalla los conflictos armados de la región. Y si bien no inventa nada nuevo en términos cinematográficos, su combinación de influencias es inusual, inesperada y hasta sorprendente. Y funciona, como una buena película bélica, asestando un golpe visceral al espectador donde y cuando menos se lo espera. Pero a la vez generando un espacio de reflexión sobre las consecuencias de la violencia.