Hay muchas películas, incluso algunas de ellas nacionales, en las que por distintas circunstancias un puñado de jóvenes deben hacerse cargo de su propio destino. En este caso ocho muchachos (en su mayoría adolescentes), prácticamente aislados, conforman una formación dentro de un grupo guerrillero y tienen bajo su cuidado a una doctora estadounidense (prisionera de guerra) y una vaca lechera que les es entregada en carácter de préstamo.
La mayor diferencia entre Monos y la gran mayoría de las películas de este estilo que vimos en las últimas décadas es que a Alejandro Landes se le nota el magnífico control de la puesta en escena y la pericia narrativa y visual que hay detrás de cada plano, de cada secuencia.
La fisicidad es una de las claves de este filme que comienza con un momento de futbol ciego y continúa con un riguroso entrenamiento que incluye abrazos mientras el comandante menciona lo importante que es la confianza entre ellos. Pero con el correr de los minutos también veremos como Landes describe el deseo que se produce entre estos jóvenes y la forma en la que se relacionan a partir de ello.
Si bien Landes es un realizador colombiano y sus personajes también lo son (queda claro en sus acentos) el filme no habla sobre una guerrilla en particular, no es un alegato sobre las FARC, ni nada que se le parezca. Al contrario, para desmarcarse de una referencia puntual el equipo de arte de la película estudió casos de grupos rebeldes de Crimea, Chechenia y Medio Oriente.
En última instancia Monos es una película que indaga sobre el funcionamiento de una (micro) sociedad, una “familia” atravesada por la locura, el deseo, la culpa, la muerte y la necesidad de lealtad.
Por Fausto Nicolás Balbi
@FaustoNB