La pandilla salvaje
El director colombiano Alejandro Landes, luego de 8 años de ¨silencio¨, presento su último trabajo en dos festivales, tan disimiles como lo es éste filme, en tanto y en cuanto, puede leerse desde las claras influencias como ausencia total de las mismas. En Sundance (EEUU) se llevó el Premio Especial del Jurado de la sección World Cinema, en cambio en la Berlinale (Berlín) nada. Como si la propia selección fuese un halago.
Autor de producciones como ¨”Cocacolero” (2007) documental sobre los productores de coca en Bolivia, y ¨”Porfirio”¨ (2011), un filme dramático, basado en hechos reales y protagonizado por los mismos personajes en su cotidianidad
En este caso, produce una supuesta ruptura con lo construido anteriormente, pues desde el relato se aleja de sus anteriores trabajos para adentrarse en la constitución del fanatismo, pues ese es el tema que circula a través de todo el filme, ya sea en una primera parte cuya escenografía, las inhóspitas montañas, posee de manera inherente desde la imagen un estilo narrativo propio. En la narración se encuentra un grupo adolescentes, casi niños, que tienen como tarea, mientras son entrenados para la muerte, el custodiar a la Dra. Sara Watson (Julianne Nicholson), secuestrada por los guerrilleros, obvio, además de tener a cargo la supervivencia de una vaca. Guiados por un adulto apodado El Mensajero (William Salazar) quien los manipula a su conveniencia.
Luego el relato presenta un cambio radical al trasladar las acciones al medio de la selva, casi instalando la ley de ese ambiente, y ese cambio estético se traduce en un cambio de la estructura narrativa para dar lugar a un realización de personajes, en el cual cada uno de los 8 niños jugara un papel de fácil identificación para el espectador, además sustentados al poseer apodos extraídos de la cultura occidental a la que el mismo grupo niega. Autodenominados Los Monos, con apodos como Rambo (Sofia Buenaventura), Lobo (Julian Giraldo), Piegrande (Moises Arias), Perro (Paul Cubides), Lady (Karen Quintero), Sueca (Laura Castrillon) Boom Boom (Sneider Castro), Pitufo (Deibi Rueda), cada uno de ellos personificara un rol dentro de lo que terminan constituyéndose como una turba sin reglas ni ley.
Todo esto apoyado desde el arte que otorga esa posibilidad que se determina el medio ambiente en el que se desarrollan las acciones, muy bien reflejado por la dirección de fotografía en manos de Jasper Wolf, quien puede establecer imágenes de una realidad desbordante como escenas de claro tinte alucinado, sin llegar a ser ni irreal ni imaginario, casi un estado de ensoñación que se desdobla cuando los personajes comienzan a circular por sus deseos y auto exploraciones sexuales plagadas de violencia, como no podría ser de otra manera.
Todo esto se ve favorecido a partir del diseño sonoro y la banda de sonido compuesta por Mica Levi, quien ha recibido varios premios, Premio de Cine Europeo al Mejor Compositor y un Premio BAFTA a la Mejor Música de Cine.
También las actuaciones son meritorias, muy parejas si bien hay distinto nivel de importancia de los personajes, todas son muy parejas, en lo que se establece como lineamiento la dirección de actores, sólo el guión, específicamente en algunos diálogos, por banales o forzados, no está a la altura del resto de la producción.
Podría quedarse la lectura en el relato mismo de ser una película claramente antibelicista, sin embargo, de manera no tan subyacente, va estructurando como tema importante la conformación del fanatismo, como dice el poeta cubano Israel Rojas, ¨Hasta la idea más justa, si fanatiza es veneno¨.