Monos

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Los alaridos de la guerrilla

Tomar contacto con el opus de Alejandro Landes implica abolir todo intento de habituarlo a un realismo más que el que llega por reflejo desde la aventura visceral en selvas colombianas. Esa suspensión momentánea del realismo es la principal virtud de un guión escrito a cuatro manos por el propio Landes y el argentino Alexis Dos Santos, tal vez algo influenciado por El señor de las moscas ó ciertas películas de W. Herzog, pero que gana peso propio a medida que avanza la trama.

Convivir entre pares con la naturaleza salvaje, el cautiverio de una rehén extranjera y la falta de autoridad o dominancia de la anarquía del más fuerte, es el condimento ideal para nutrir el existencialismo puro de Monos. Eso sumado a la animalidad que encuentra su mejor expresión en ciertas escenas, donde los cuerpos se exponen en luchas o practican ejercicios de extrema dureza y que ponen en juego el valor y la resistencia de este grupo de niños adolescentes, el cual a pesar de las individualidades -pues cada uno cuenta con un apodo- funciona como organismo vivo, agresivo, parasitario y caótico.

Entre la selva, colores que destellan frente a la oscuridad de cada uno de los integrantes de este grupo sin ley, con líderes que disputan el reino vacío del poder, la metafísica dice presente en determinados cuestionamientos sin el cinismo habitual de cierto cine moderno o post modero que lava o purga sus culpas desde otro lugar también vacío.

Habría que preguntar quién es rehén de esta situación límite; habría que reflexionar sobre los modelos que se ponen en juego en esta dinámica de supervivencia en que una vaca vale lo mismo que cualquier vida humana. Pero eso es apenas una cáscara de una semilla de un fruto podrido, que lejos de extinguirse se propaga, contamina la tierra con la fuerza de la devastación de un huracán de ignorancia que arrasa con todo lo que tiene a su paso. Quizás la guerrilla colombiana y sus modos de financiarse a fuerza de secuestros, saqueos o proclamas huecas desde la política no sea aquí un tema a cuestionar. Y eso se agradece por partida doble, mucho más con un final tan perturbador como el del comienzo.