Una atractiva aunque algo subrayada biopic sobre la primera gran estrella negra del circo francés de principios del siglo XX.
Esta ambiciosa biopic histórica de 20 millones de dólares de presupuesto y dos millones de espectadores en los cines franceses reconstruye (con las lógicas libertades artísticas) la historia real de Rafael Padilla, más conocido como Chocolat, el primer artista negro que se convirtió en estrella de circo en plena Belle Epoque de París, a principios del siglo XX. Nacido en Cuba y con pasado como esclavo, Padilla encontró en el payaso Foottit (James Thierrée), el compañero para un dúo que hizo historia.
Pero, más allá de sus momentos cómicos, Monsieur Chocolat es sobre todo un drama con un toque de denuncia y moraleja aleccionadora en sintonía con estos momentos de corrección política. Es que, si bien se convirtió en una figura de inmensa popularidad, Padilla/Chocolat (convincente actuación de Omar Sy) también fue víctima del racismo de la época y esa acumulación de humillaciones, resentimientos y sumisiones sobre y fuera del escenario lo llevaron a un final trágico.
La película -que tiene una notable reconstrucción de época a partir de un impecable trabajo de arte- apuesta a la típica estructura de surgimiento, apogeo y caída con un protagonista manteniendo una sociedad de amor-odio con su compañero de rutas Footit (James Thierrée en plan chaplinesco), el blanco que le pegaba cachetazos y patadas al negro para delicias de la burguesía de la época; algunos encuentros íntimos con una enfermera viuda y madre de niños pequeños (Clotilde Hesme) en tiempos en que las relaciones interraciales eran más que una rareza; y sucumbiendo a las tentaciones de las drogas, el alcohol y el juego que evaporaban rápidamente sus suculentas ganancias como artista.
Monsieur Chocolat es una película que se sigue con interés (está concebida en todos los rubros con indudable solvencia), pero cede a la tentación de hacer demasiado explícitas sus bajadas de línea que caen en la caricatura y el estereotipo. Siempre es valioso cuando el cine popular apuesta a la crítica y a la denuncia, pero cuando esa búsqueda resulta tan subrayada como en este caso el efecto es contraproducente. El espectador, en ese sentido, se merece más sutileza y respeto. En el resto de los aspectos (el drama íntimo del protagonista, la eficacia de la narración) el balance es bastante más satisfactorio.