CARICATURAS POLITICAS
La corrección política garpa bien y es universal. No es que sea privativa de la industria, pero sí es cierto que se potencia cuando la inversión del presupuesto es proporcional a la cantidad de espectadores a la que se aspira. En este sentido, Monsieur Chocolat es una enorme producción que hace valer el dinero invertido con creces: impactante recreación de época, muy buenas actuaciones y una factura técnica impecable. Para quienes se conformen con ello, el film francés los hará sentir satisfechos. Y está bien.
La historia gira en torno a Rafael Padilla, un esclavo cubano que termina siendo estrella de circo en Francia a partir del momento en que decide ser compañero de Foottit (James Thierrée), un clown que transformó su período crepuscular en un dúo exitoso. Como todo biopic convencional, se abusa aquí también del tobogán de ascenso y caída estrepitosa. En un mundo, en el que el cambio de siglo inaugura un mapa de incertidumbres sociales, culturales y científicas, los artistas se acomodan como pueden. Aquí es el circo el que debe lidiar con la aparición de los primeros espectáculos de feria y con el inminente arribo del cine (por allí aparecen los Lumiere y al final un corto consagrado a la pareja de cómicos), hecho que obliga a los protagonistas a reinventarse. Sin embargo, hay otra lucha interna que cada uno sostiene desde su interioridad. Foottit es homosexual y esconder el asunto se transforma en un martirio. Además, su talento no se corresponde con la mediocridad que adquiere progresivamente el gusto de la gente, más preocupada por encontrar freaks que por simpatizar con el arte circense. Esto se lo hacen saber los dueños de la parada, ya sea en la carpa ambulante en la que comienzan como en París. En el caso de Chocolat, la adicción al juego y la necesidad por pertenecer a la alta sociedad determinan su martirio. Pero fundamentalmente, su condición racial y su procedencia como esclavo, hechos que se muestran a partir de dudosos flashbacks que poco contribuyen en el orden de la historia y subestiman la capacidad del espectador.
No se puede cuestionar el ritmo atractivo del film ni su solidez narrativa. Se agradecen también algunos atisbos torpes de diálogos donde la lucha de clases se hace presente en reclamos salariales, pero es muy poco dentro de un engranaje en el que factor ideológico no puede disimular uno de los males contemporáneos que apestan y se difuminan discursivamente por todo el mundo: la corrección política. Todo en el film de Zem está subrayado de manera tal que la imagen que nos quede es la de reivindicar la causa negra pero con los parámetros estéticos digeribles de la raza blanca, noble y conservadora del buen gusto. ¿Cómo se entiende sino el dolor del personaje encuadrado en medio de la lluvia, llorando mientras esa música empalagosa suena insistentemente? La principal contradicción de estos films, que no escatiman en mecanismos reparadores y sentimentales, es que manejan un subtexto moralmente sospechoso. Creen que mostrarnos cómo un blanco patea en el culo a un negro para el deleite burgués, ya alcanza para transmitir una denuncia de lo mal que se ha portado Occidente, sin embargo, esa necesidad por subrayar encubre aquello que desde el plano estético se filtra: dejar conformes a todos con la engañosa ternura de unas imágenes edulcoradas. Más de lo mismo. Sobre todo viniendo de un país que aún no se desprende de su mirada colonialista.