Había una vez… ¡ un circo!
Una vez más, el director, productor y actor frances Roschdy Zem utiliza el cine como herramienta para reflejar su ideología política en detrimento a los nulos avances socio-culturales de su país de origen, Francia. Para él, su nación pareciera no aplicar la frase “Todo pasado fue mejor” ni “El pasado, pisado”; por eso en sus películas apela a conmover al espectador a través de historias basadas en hechos reales que dejan en evidencia los nulos avances de los gobiernos de turno frente a causas sociales que requieren urgentes acciones y están pendientes y tapadas. Así lo hizo en Omar M’a Tuer (2011), un policial de tinte dramático que abordaba a la perfección el femicidio y fue nominado como Mejor Película Extranjera en los Premios Oscar de 2011. Seis años después, Monsieur Chocolat (Chocolat, 2016) sirve de motor para repensar la lucha por abolir la esclavitud y la discriminación racial que parece no tener fin.
En términos narrativos, el guión no va más allá de la biografía de Rafael Padilla, más conocido como Chocolate (Omar Sy), el primer artista negro que trabajó en un circo francés durante el siglo XIX. El eje pivotea en la relación que construye con el payaso Foottit (James Thierrée) y las andanzas de esta dupla por el universo circense hasta alcanzar la fama parisina, a tal punto de que son elegidos por los hermanos Lumière para sus primeras películas. Y es aquí, en este preciso punto ascendente, donde Zem se mete de lleno con el terreno psicológico de sus personajes y da rienda suelta a la vida de Rafael y cómo pasa de amateur nacido del anonimato a profesional admirado, mientras en él aparece una duda constante sobre la génesis de su fama: duda de si es producto de su don actoral o de su propia condición racial, de la que él también -inconscientemente- realiza una parodia al aceptar que Foottit (el payaso de raza blanca) le patee el trasero todas las noches para que el público estalle en carcajadas. Este quiebre de la trama logra conmover al espectador. Zem entremezcla sentimientos antagónicos como amor, odio, alegría, tristeza, para remarcar cómo afecta, o no, la mirada del otro la propia sobre la raza. Aquí hay escenas que es imposible pasar por alto, como la que Chocolate es golpeado por la policía: aquí el prejuicio por partes de las fuerzas armadas es protagonista junto con el abuso frente al indefenso Rafael. En contrapartida, mientras la sociedad parisina flamea el cliché colonialista del negro sumiso, se mezclan en lo narrativo –causalmente- elementos claves del circo: alegría, emoción, ilusión, que pueden interpretarse como parodia de la misma sociedad. En tanto, los elementos mutan al son del amor que vive Chocolate con su esposa. Así, la película combina este trasfondo dramático con la comedia de los payasos y sus actos en el escenario; cuadros que son acompañados con una artística acorde tanto en lo musical, a cargo de Gabriel Yared, como desde la dirección de fotografía, por parte de Thomas Letellier.
La dupla Sy-Thierrée contagia la magia del circo al espectador y sus sonrisas sobrepasan la pantalla grande, generando climas de tensión y alegría. Si bien aquí el mérito principal corre por cuenta del actor y comediante, Omar Sy -visto en Amigos Intocables (Intouchables, 2011)-, que explota sus roles y los lleva al extremo, Thierrée también aporta lo suyo como personaje secundario. La combinación de ambos le da impronta al film y logra desapegarse de las clásicas películas que rozan lo chavacano por los elementos que utilizan para abordar la temática de la discriminación racial, como 12 años de Esclavitud (Twelve Years A Slave, 2013), dirigida por Steve McQueen.
A grandes rasgos, Monsieur Chocolat es una historia atrapante con un desenlace estremecedor; amargo y simultáneamente dulce como el verdadero sabor del chocolate. Como el sabor de la vida misma del pionero del entretenimiento cirquense que, tras su muerte, en 1917, fue olvidado. La película logra su cometido: deleitar a su público con un banquete de emociones a flor de piel a través de un drama ficcionado que se luce gracias a su elenco. Zem entendió que en los tiempos que corren es posible desde cualquier marco, inclusive aquel que se nutre de la comicidad -o una comicidad “aparente”-, socavar historias y causas emergentes para a partir de allí crear un cambio, positivo.