Poco importa si Paul W. S. Anderson quiere ser considerado un autor. Lo que sí es evidente es que Anderson es algo así como el padre indiscutible de artefactos espectaculares y estruendosos basados en videojuegos de alta tensión y exceso de adrenalina. Junto con Michael Bay y Roland Emmerich, el director británico es uno de los pocos responsables que quedan del entretenimiento a gran escala, un cine que no se olvida del espectador.
Mortal Kombat (la primera), la saga Resident Evil, Alien vs. depredador, películas de ciencia ficción espacial, de acción bélica interplanetaria y de acción automovilística, como Event Horizon, Soldier y Carrera Mortal, además de un péplum aceptablemente desparejo, como Pompeii, son los títulos que llevan la firma inconfundible de Anderson. Su cine no pretende ser otra cosa, y ya no hay dudas de que un plano suyo puede distinguirse a kilómetros de distancia, algo que muchos directores sueñan con lograr.
Lo que Anderson hace es mantenerse firme en una tradición de artesanos que trabajan con mucho presupuesto, con mucha gente y con muchos efectos especiales. La prioridad es el entretenimiento a secas, sin ningún mensaje político, sólo con los elementos nobles del Hollywood de grandes estudios, que cree en el cine como un trabajo colectivo antes que como un arte nacido del genio de una persona. Si a esto le sumamos algún actor o actriz fetiche, tenemos la fórmula en la que se basa Anderson para desplegar su talento, con un resultado siempre efectivo y rendidor en la taquilla.
Monster Hunter (basada en el videojuego de Capcom) es otra prueba del cine que le interesa a Anderson. Otra vez repite con su actriz favorita (y esposa), Milla Jovovich, en el papel de Artemis, la ranger y capitana de un escuadrón de las Naciones Unidas que realiza operaciones de seguridad y que de pronto se ve alcanzado por una tormenta de arena que lo transporta a otro mundo, una dimensión alternativa que se conoce como "El nuevo mundo", habitado por enormes criaturas que parecen venir de la época de los dinosaurios.
Cuando entran en escena los monstruos que habitan las dunas del nuevo mundo, lo que la conecta con la tradición de monstruos nipones (kaijus), es cuando Anderson se mueve como pez en el agua, ya que es ahí cuando saca a relucir su pulso para ejecutar escenas que no sueltan un instante, porque Anderson es, ante todo, un maestro de la acción con personajes gigantes creados por computadoras.
En el nuevo mundo hay monstruos y cazadores, y el grupo de Artemis deberá unirse a los cazadores para combinar sus habilidades guerreras en la confrontación final, además de evitar que los colosos (desde arañas hasta dragones inmensos) viajen a la Tierra a través del portal.
Anderson sabe mezclar la acción, el género fantástico y el espíritu de los videojuegos sin que los efectos computarizados saturen la pantalla, ya que los intercala adecuadamente con escenas de pelea cuerpo a cuerpo, como en el cine de acción del siglo pasado. Y siempre se guarda un par de sorpresas que dejan satisfecho al espectador, tanto a fanáticos como a neófitos que van al cine en busca de blockbusters con aroma a pochoclo caliente.