Paul W.S. Anderson es el más desaforado realizador de clases B (con plata) que existe. Especialista en llevar al cine videojuegos (su serie Resident Evil) y en ponerle humor loco a todo (vean su versión de Los tres mosqueteros, una de superhéroes desquiciada), hizo de Milla Jovovich (su pareja) una estrella de acción dura y querible a la vez.
Monster Hunter es eso mismo: la Milla termina no sabe cómo en un planeta extraño con sus amiguetes soldados y resulta que hay bichos gigantescos con poderes extrañísimos a los que, como corresponde, tienen que hacer boleta antes de ser boleteados por ellos.
Si el léxico de esta crítica le parece demasiado coloquial, sepa el amable lector que cuaja perfectamente con la película, que se propone ni más ni menos divertir al espectador con nobleza y sin pretender ir más allá de lo que le toca.
Justamente por eso, resulta que nos interesan los personajes, que los bichos nos parecen terribles y que sonreímos constantemente con las aventuras de estos tipos. El cine es eso: ver cómo hacemos con ese monstruo gigante que es la pantalla.