Asustadores con marca de fábrica
El nuevo producto de Pixar es una divertida comedia infantil, pero no alcanza a ingresar al Olimpo de films como Toy Story, Wall-E y la misma Monsters Inc, de la que funciona como precuela. Las voces son de Billy Cristal, John Goodman, Steve Buscemi y Hellen Mirren.
Si puestos ante casi cualquier película uno de los caminos habituales para abordarla es a través de la figura de su director, con las creaciones de Pixar ocurre que es el propio estudio el que ocupa ese lugar. Aunque muchos de los directores de sus grandes películas hayan acabado por convertirse en hombres importantes dentro de la industria del cine, el elemento que las reúne en un corpus cinematográfico no son los nombres propios, sino la marca de fábrica. Es lo que ocurre con Monsters University: no interesa si está firmada por el novato Dan Scanlon (cuyo único antecedente es el falso documental Tracy, que puede verse gratis y de manera legal en Vimeo), ya que se trata de la última película del estudio del veladorcito saltarín. Justamente esa marca en el orillo que suele garantizar un alto nivel es también la mejor herramienta para sostener las objeciones que se le pueden hacer a la película. Aunque no son muchas, ni alcanzan para evitar que el balance sea positivo, ahí están.
Ocurre que aquella primera ventaja con la que corren las películas de Pixar –la de pertenecer– puede convertirse en el primer lastre, porque no siempre se puede estar a la altura de joyas como la trilogía Toy Story, Wall-E o Buscando a Nemo. Monsters Inc. también forma parte de este grupo, hecho que se convierte en una segunda ventaja problemática para Monsters University, ya que no sólo se le exige que funcione por su condición de producto Pixar, sino por su carácter de secuela de una película maravillosa. Aunque en este caso lo correcto es hablar de precuela, ya que los eventos que se narran son anteriores a los ocurridos en la película anterior. Un detalle que deriva en el primer indicio negativo: cuando es más importante contar qué pasaba en la primera película para poder explicar lo que ocurre en ésta, ya hay algo que no está del todo bien.
Si en Monsters Inc. la historia pasaba por la amistad entre Mike y Sulley, dos monstruos que trabajan en la empresa que da título a la película, acá se cuenta cómo estos mismos personajes llegan a conocerse en su juventud, como alumnos de la institución que titula a la segunda película. Monsters Inc. es un cuento ingenioso que imagina una explicación falazmente racional para el muy estadounidense mito infantil del monstruo en el placard (los chicos de la Argentina suelen esconder ese tipo de temores bajo la cama, y hasta se conforman con la más simple de las oscuridades). Según esta explicación, la energía que liberan los gritos de los chicos al ser asustados puede ser envasada para utilizarse como fuente energética en el mundo de los monstruos. Pero al mismo tiempo el trabajo es muy riesgoso, ya que los humanos son tóxicos para los monstruos y se debe evitar el contacto físico con ellos. Dentro de esa estructura hay monstruos asustadores (Sulley es uno de ellos) que trabajan en equipo con otros, encargados del trabajo más bien técnico de la cosa (Mike). Los roperos son entonces los portales que ligan ambos universos paralelos.
Si el primer film respondía al molde de las buddy movies con los dos amigos haciendo frente a un problema inesperado, Monsters University se remonta al tiempo en que ambos se conocen siendo alumnos de la carrera de asustadores, enfrentados por incompatibilidad de caracteres. Mike es estudioso y sueña desde chiquito con ser asustador, aunque no tiene condiciones; en cambio Sulley es el heredero un poco fanfarrón de un linaje dotado naturalmente para eso. Al ser expulsados de la carrera por pelearse durante un examen, el único modo que encuentran para ser readmitidos es ganar las olimpíadas del susto, competencia en la que se verán obligados a formar equipo con otros descastados de la universidad. Aunque este tramo se dedica a recrear una serie de escenas bien conocidas de las películas de universitarios, las mismas han sido coreografiadas a puro slapstick y están llenas de un humor ágil que combina, como el grupo de nerds que integran el equipo de Mike y Sulley, lo inocente con el absurdo y el sinsentido.
El último tramo, con vuelta de tuerca ética y final con ascenso social incluidos, continúa manejando con precisión el diseño de los gags, sumando alguna situación emotiva. Sin embargo, ante la necesidad de que todo cierre de manera satisfactoria, la resolución de algún modo traiciona parte de la lógica interna del universo creado. Si bien es cierto que la primera película hacía algo parecido, aquel hecho formaba parte esencial de la base narrativa y el relato mismo era capaz de justificarlo satisfactoriamente. En cambio acá el desenlace parece una improvisación al paso (un poco de eso se trata la secuencia mencionada) no del todo eficaz. Detalles como éste impiden que Monsters University ingrese al Olimpo Pixar. Así y todo no deja de ser una formidable comedia infantil, como nadie más que Pixar es capaz de hacer.