Historias mínimas Con interesantes incursiones previas tanto en la ficción (Cama adentro) como en el documental (Vida en Falcon), Jorge Gaggero encuentra en el mediometraje Montenegro un personaje en apariencia no demasiado atractivo (al menos desde los parámetros habituales de un cine más demagógico), pero que el director y su equipo saben transformar en el eje de un retrato sobre una forma de vida extrema, marginal, en vías de extinción. Montenegro es un hombre maduro, flaco y pobre (alcohólico y fumador empedernido para más datos), que vive solo (en verdad, en compañía de sus perros) y que subsiste de la pesca artesanal en medio de una isla. Tiene apenas algo parecido a un amigo -criador de cerdos- al que el protagonista le suele cocinar a cambio de contar con su bote. Hasta que entre ellos se produce un cortocircuito, el equilibrio se rompe y las cosas ya no vuelven a ser como antes. Gaggero descubre un conflicto donde menos se esperaba y lo aprovecha en términos “dramáticos”, dotando así al relato de una veta ficcional. Es una historia mínima, es cierto, pero el principal desafío de los documentalistas es observar, descubrir estos pequeños momentos para atraparlos en imágenes y seducir al espectador. El resto pasa por construir la atmósfera, en describir la cotidianeidad de este hombre gris que pesca, arregla redes y se enoja con sus perros o con su amigo que lo “traiciona”. En este sentido, Gaggero y su talentoso equipo (el DF Daniel Ortega, el músico Sebastián Escofet , el editor Alejandro Brodersohn) demuestran su categoría para hacer de este documental un más que atendible retrato de vida.
El poder de la observación Jorge Gaggero, el mismo de aquella película que desnudaba la hipocresía de una clase media venida a menos llamada Cama adentro (2004), regresa al cine ocho años después con un hipnótico documental sobre la soledad. En Montenegro (2011) Gaggero observa sin perturbar. Montenegro es un hombre que vive solo, en medio de la nada, con la única compañía de unos perros. Montenegro no tiene ningún tipo de contacto con el mundo exterior salvo una relación, más forzada que por elección, con César, un vecino que se dedica a criar chanchos. Así es la vida de Montenegro, un hombre al que le vida le pasa por delante de sus ojos sin llegar a inmutarlo. En escasos 50 minutos la cámara de Gaggero observa lo que pasa en ese mundo aislado y estudia casi antropológicamente lo que sucede por la cabeza de un hombre que disfruta de la más absoluta soledad. A partir de esa indagación, en la que las palabras no existen, se construye una historia que podría funcionar como una ficción si uno no supiera que está ante una realidad. Montenegro encuentra sus puntos de contactos en obras como La libertad (2001), de Lisandro Alonso o en el cine del catalán Albert Serra más que en lo que se podría entender como un documental clásico, y eso es lo que lo vuelve interesante dentro del género. Filmada magistralmente, cada plano se asemeja al más puro realismo, Montenegro hace foco en lo visual gracias a la fotografía de Daniel Ortega, acompañado por el propio realizador, y también en la sonoridad, donde el ruido ambiente y la musicalidad de los acordes compuestos por Sebastián Escofet intervienen ante el silencio de su protagonista. Jorge Gaggero que había dado que hablar hace unos años perfilándose como un gran narrador de ficciones urbanas, se alejó de todos los pronósticos para ofrecer un documental minimalista, despojado de artilugios y con el foco puesto en la observación de un hombre suburbano.
Retrato de la soledad La imagen de la soledad y de la libertad se yuxtaponen en uno de los tantos planos que el director Jorge Gaggero logra atrapar en Montenegro, mediometraje recientemente galardonado en el IDFA, festival Holandés, donde además recibió 10.000 euros como parte del premio. Esa yuxtaposición nos muestra a un hombre de 71 años sentado en una mesa, con apenas la luz de una vela que hace un poco menos oscura la imagen pero no así su realidad. Juan de Dios Manuel Montenegro es el protagonista de este documental que cuenta con la virtud de la aproximación a la intimidad de una persona que no está acostumbrada a la compañía, más allá de la que le pueden brindar sus perros, uno negro y otro blanco; uno fiero y el otro manso y la esporádica visita de algún lugareño del delta o de su amigo César Engle, tan solitario como él. Ya con Vida en Falcon el realizador había demostrado su capacidad para extraer de sus personajes todas aquellas características que los vuelven interesantes desde el punto de vista cinematográfico para encontrar momentos de humor cuando todo indica lo contrario por la situación de desamparo o marginalidad circundante. En un primer bloque podría entenderse a Montenegro como un film sobre un ermitaño del delta; hombre de pocas palabras que hace de su libertad y experiencia de vida un testimonio rico pero a la vez entristecedor. Sin embargo, el relato toma otro cariz que incrementa la tensión a partir de una disputa doméstica que deviene en la pérdida del único contacto con otro, que no sea claro está el director y su cámara. Acompañar a Montenegro personaje en su trajinar cotidiano, en su caminata dificultosa por la maleza tras haberse quedado sin la canoa de César, su amigo, para ir a pescar resulta tan contundente como mensaje para la película de Gaggero que basta con escuchar ese soliloquio a medio decir para conmoverse y aplaudir de pie. El director de Cama adentro deja que el tiempo narre la soledad de un anciano y los achaques de su cuerpo y la vejez incipiente complementan esa historia sin un atisbo de especulación o dejo de formalismo, sin academicismo para dejar un sello indeleble en los ojos y una marca en el corazón.
Los trabajos y los días de un viejo pescador En su anterior documental, Vida en Falcon (2005), Jorge Gaggero, realizador de Cama adentro, filmaba a dos marginales que eran, a la vez, dos personajes (dicho esto tanto en sentido dramático como coloquial). En los antípodas del enfoque sociológico tradicional, Gaggero celebraba implícitamente la libertad de unos tipos que de algún modo habían elegido vivir en la calle, haciendo de un auto destartalado su casa. Siete años más tarde, el realizador, autor de uno de los cortos destacados de las primeras Historias breves (Ojos de fuego, el del pibe pirómano de villa), vuelve a filmar a otro sujeto que vive al margen de la civilización. La diferencia es que mientras Orlando y Luis eran dos personajones, rodeados de seres igualmente exuberantes, Juan de Dios Manuel Montenegro es un ermitaño hosco, hermético, de escaso relieve. O tal vez es que esta vez Gaggero no pudo hallarlo o dárselo. Viejo pescador de algún rincón del Litoral, Montenegro sostiene que tiene “muchas amistades, pero amigos no”. A esta altura del partido no parece que los vaya a tener. Sin abusar del esfuerzo (“de laburo sé todo; que lo quiera hacer es otra cosa”), Montenegro vive en una tapera casi tan caótica como la de los protagonistas de Bonanza, en compañía de unos perros y saliendo todos los días en un bote prestado, a tirar la red en las inmediaciones. “Con esto tengo para toda la semana”, celebra como para sí mismo el día que saca un pez de buen porte. El que le presta el bote es un vecino, César, que tiene unos chanchos y cría abejas. Montenegro suele prepararle la cena, en compensación por el préstamo, pero un día tienen una disputa y César no aparece más. “¡Viejo puto!”, grita Montenegro en medio de la noche. Un problema circulatorio lleva al viejo hasta un hospital de las inmediaciones, pero mucho no va a aguantar el encierro. “Es que soy andariego”, dice el hombre, que cuando se baña y afeita queda irreconocible. Si Vida en Falcon era uno de esos documentales marcados por la confiada intimidad que los filmados establecen con quien los filma, el solitario pescador impone aquí una distancia que obliga a Gaggero a adoptar las formas del documental de observación. Presentada el año pasado en el DocBsAs, Montenegro observa sin forzar nada. Ni el acercamiento al protagonista, ni la información que no surja de la propia situación (aunque en un par de ocasiones el realizador hace una o dos preguntas, desde detrás de cámara) ni las condiciones lumínicas. En las noches, cuando lo único con lo que se cuenta es, con suerte, la luz de una vela, las formas apenas se entrevén. Está bien que sea así: así son las noches. Siguiendo tal vez la misma lógica, como Montenegro no desparrama entusiasmo, energía o vitalidad, la película tampoco lo hace.
Documental sobre un hombre muy particular Juan de Dios Montenegro es un ser muy especial. El vive solo en una isla con la única compañía de sus perros. La persona más cercana es Cesar, un vecino que cría credos. Entre ellos van compartiendo pequeños momentos y realidades. Mientras uno da su bote para pescar el otro cocina. Entre Montenegro y Cesar algunos podrían decir que hay una amistad, pero en realidad es una relación de dos personas que se necesitan para poder sobrevivir. Es por esto que hasta un mínimo conflicto puede poner en riesgo esta realidad de los dos. La opera prima de Jorge Gaggero fue “Cama Adentro”, un recordado film con Norma Aleandro y Norma Argentina. Luego hizo ese excelente documental de “Vivir en Falcon” y ahora vuelve a encontrar un personajes especial para realizar un documental. Aquí en un ambiente mucho más hostil, por denominarlo de alguna manera, que el de su documental anterior. Aquí se ve a un hombre que vive en un estado casi salvaje, incluso cuando se le plantea el tema hijos, pone una coraza dentro de la ignorancia machista de la cultura en la que vive. “Montenegro” es un nuevo film que demuestra lo bien que lee las emociones y las vivencias de la gente Jorge Gaggero.
Un interesante documental de Pablo Gaggero que indaga en la soledad de hombres grandes, que viven solos con lo mínimo, con dolores, una filosofía muy particular, odios y vulnerabilidades. Vale.
El valor de la independencia El filme tiene una emotividad sosegada, la lente del realizador parece espiar al protagonista y cuando la historia crece se transforma en algo tan misterioso e intangible como el destino que no se puede dominar. Los perdedores, los que viven situaciones límite en sus vidas, o se resignan a un nuevo presente, parecen ser los personajes que más le atraen al argentino Jorge Gaggero. Así lo demostró en sus dos filmes anteriores. En "Cama adentro", Norma Aleandro, hacía el papel de una mujer de cierta posición económica, que pierde todo y termina yéndose a vivir con su mucama. Mientras que en su documental "La vida en Falcon", registró la historia de dos vecinos del barrio de Núñez, que ante las secuelas que dejó la crisis de 2001 terminan viviendo en sus Ford Falcon. El título de la película es el del apellido de Juan de Dios Manuel Montenegro, un anciano que vive junto a sus perros en una casucha de una isla cercana a Gualeguaychú. El hombre tiene un vecino, César, que es dueño de un bote y con quien Montenegro hace un trueque: a cambio de la embarcación para pescar, él cocina y para comer. Pero, por un tonto intercambio de palabras, los hombres se separan. César se va a trabajar como cuidador de un galpón en la ciudad y Montenegro se queda solo, comiendo lo que puede y empeora el dolor en una de sus piernas. LO INTANGIBLE Un sobrino intenta convencerlo de que viaje a la ciudad, se hospede en su casa y vaya al hospital. Montenegro sabe que si va a ver a un médico, lo van a dejar internado y él siente que eso es como estar preso y se niega. "Montenegro", según como se lo observe, puede ser un perdedor o un ganador, porque paga con su soledad, el precio de ser independiente. Si bien la película es un documental, también puede decirse que el director registró solo aquellos momentos que servían al propósito de su historia: convertir la soledad de un anciano en la trama del ocaso de una vida. El filme tiene una emotividad sosegada, la lente del realizador parece espiar al protagonista y cuando la historia crece se transforma en algo tan misterioso e intangible como el destino que no se puede dominar.
“Montenegro”: un viaje a la soledad Juan de Dios Manuel Montenegro, 71 años. Cuatro perros: Mugre, Barba, Blanco y Coluda. Ningún pariente. Un solo vecino, y valga la aclaración: no amigo, sino vecino. «Soy de muchas amistades, pero amigo, no», dice el hombre. Su hogar es una casa sencilla en una isla del Delta entrerriano sobre el Gualeguay. Ahí vive con perros y chanchos. De ahí sale a pescar. El vecino lo acompaña, lo asiste, bromean un poco, cenan juntos. No siempre. Tampoco es siempre agradable oír sus comentarios a cámara, no confesiones, porque no está arrepentido ni dolorido. La vida en la isla es dura. Y peor si uno eligió vivir en soledad. Ese es el hombre que Jorge Gaggero, su sonidista y su camarógrafo, visitaron casi todos los fines de semana a lo largo de tres años, venciendo su reticencia. Años atrás Gaggero se dio a conocer por la muy buena comedia «Cama adentro», pero luego, en vez de seguir la fácil, se dedicó a la observación documental, cada vez mejor hecha, de personajes desarraigados, con «Vida en Falcon», «Botnia» (vista solo en cable) y lo que ahora apreciamos: el retrato de un hombre abstraído en sus pensamientos o sus recuerdos, voluntariamente aislado, casi autosuficiente. Casi. Porque él vive solo pero la vejez no viene sola. Ya una vez se fue al agua, lo hemos visto. Y aunque no pierda la compostura, y se siga golpeando el dedo como si tal cosa, «a ver si se coloca», otros vecinos lo alertan. Habrá una pequeña temporada en el pueblo cercano, compartirá la vida de hogar con otra gente mientras va al hospital, donde lo quieren internar. ¿Pero se mudará, habrá un cambio definitivo en sus costumbres? La película, breve, sencilla, nos hace sentir literalmente como si estuviéramos en la isla. Como si pudiéramos acompañar y entender a ese hombre de temple antiguo y medio huraño. De esos que ya van quedando pocos. Abre y cierra la historia una enorme torre de alta tensión, que le es ajena. No la necesita. Y mientras vemos la torre, se siente el sonido del agua. Por ahí pasa una lancha, como pasa la vida.
Un documental conmovedor Cuando le preguntan sobre la amistad, Montenegro contesta ofuscado. "Nulo, nulo, nulo", dice, como si se tratara de un mantra. Que inmediatamente pondrá en duda aclarando que "amistades sí, amigos no". Montenegro se llama Juan de Dios Manuel Montenegro y es el protagonista del documental realizado por Jorge Gaggero que lleva su nombre. Montenegro es también un anciano que vive en una isla con la única compañía de sus perros y las visitas de César, un vecino que cría cerdos y con el que sale a pescar. El primero aporta las redes; el segundo, el bote. Se complementan y entonces la soledad casi militante en la que vive Montenegro no es tan extrema, aunque sí profundamente conmovedora. De hecho, Gaggero y su equipo consiguen un documental repleto de emociones siguiendo a un sujeto que hace un culto de la insensibilidad. Aunque sus miradas lo desmientan. La cámara del director capta, atrapa al vuelo, las pocas expresiones que dejan traslucir Montenegro y César. Y con esas expresiones talladas en sus rostros curtidos y de una fotogenia sorprendente cuenta una historia aparentemente sencilla. Claro que ni el protagonista ni el desarrollo dramático de Montenegro son verdaderamente sencillos. Todo lo contrario. Porque por toda su rusticidad física, Montenegro se acomoda un hueso literalmente a los golpes, el hombre es un manojo de contradicciones. Un ser que elige vivir como un ermitaño, pero que cuando una situación aparentemente menor lo distancia de César cambia. Pocas escenas en el cine documental -y en el argumental también- logran transmitir mejor la soledad que esa en la que Montenegro prepara la cena para el amigo al que supone ofendido. Velas, vino -el objeto de la discordia- y un grito que parte el alma. Con ciertos rasgos de humor -a veces Montenegro y César parecen dos viejos gruñones tan hoscos como tiernos-, el film consigue crear un clima, un mundo tan propio y aislado de lo cotidiano que cuando aparece alguien hablando por celular no se puede evitar la extrañeza. Así, Gaggero logró captar el universo de Montenegro en detalle y profundidad, con su belleza y, sobre todo, una profunda tristeza que el imponente protagonista niega mientras sus ojos lo desmienten.
Estamos probablemente ante uno de los documentales más extraños de los últimos tiempos. Veamos. Juan de Dios Montenegro es uno hombre hosco, huraño; tan solitario como el lugar donde habita, a punto tal que él mismo se convierte un una suerte de "personaje". Dicho de otra manera, el texto cinematográfico plasma muy bien aquello de Ortega y Gasset de que el hombre no es sólo el hombre; sino él y su circunstancia. “Montenegro” habla de lo que quiere ante la cámara, y parece demostrar con hechos su filosofía de vida, empezando por una frase hecha sobre la amistad que aquí se vuelve carne y sirve como catalizador de la segunda parte de la obra (si tuviéramos que dividirla en dos): "amigos no tengo. Amistad lo que se dice amistad, nada. Tengo algún conocido así... pero eso nomás" Este "conocido" será presentado con una descripción antes de que lo veamos,. Para cuando eso suceda ya tendremos lo dicho por Juan como una especie de verdad absoluta, sin conocer todavía algo que en el documental se convierte casi en un conflicto tan circunstancial como fortuito. Jorge Gaggero es el realizador de la interesantísima “Cama Adentro” (2004), con la cual también jugaba a esto de "la mujer y su circunstancia" con esa fenomenal ama de casa de clase alta en decadencia, compuesta por Norma Aleandro. También lo hizo con esos dos seres urbanos de “Vida en Falcón” (2004). La diferencia en “Montenegro” reside en el paisaje que junto a la noche juegan el papel de puesta a prueba, de la tolerancia ante la ausencia total de tecnología y algunas condiciones de vida digna. De todos modos es tan relativo como la mirada de cada espectador, y en esto el realizador también deja lugar a separar los tantos. Un poco lo que sucedía con la trilogía de Raul Perrone estrenada este año. El manejo de los tiempos logra meter al espectador en este mundo pequeño y lejano, donde cada uno aprende su propia lección y vive bajo su propia ley.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.