La lunática odisea de Roland Emmerich con Halle Berry y Patrick Wilson
El director de “El día de la independencia” y “2012” hace un cine clase B pero con 140 millones de dólares.
Siempre el cine de Roland Emmerich estuvo cercano a la parodia. Sucede que en los años noventa la magnitud de los efectos especiales que manejaba -sorprendentes para la época- convertía a sus películas en epopeyas cinematográficas y sus mensajes seudo patrióticos-bélicos estadounidenses no resultaban tan simplones o insoportables como ahora.
Algo similar pasa con Moonfall (2022) donde lo imposible se encuentra presente desde su argumento. La luna se desplaza de su órbita (producto de fuerzas espaciales que no vale la pena tratar de explicar) y genera desastres ambientales en La Tierra. El Apocalipsis solo puede ser evitado por un viejo piloto de antaño (Patrick Wilson), un nerd que predica sobre conspiraciones intergalácticas (John Bradley) y la jefa de la NASA (Halle Berry). El trío es enviado al espacio como última solución para corregir las cosas mientras en La Tierra sus hijos pelean por la supervivencia.
Con semejante argumento no se le puede pedir nada serio a Moonfall. La pavada reina en una historia que suena a excusa para filmar una persecución rodeada de grandes escenarios devastados. Una idea que se puede trasladar al resto de las películas de Roland Emmerich. Patrick Wilson es el machote americano medio tosco a nivel intelectual pero siempre dispuesto a inmolarse por la patria, mientras que la jefa de la NASA representa la visión feminista (mal entendida, claro) de esta paparruchada hollywoodense. El film no se hace eco de los nuevos relatos negacionistas sobre las catástrofes ambientales o las enfermedades virales como sucede en No miren arriba (Don’t Look Up!, 2021). Acá todos se alinean con la milicia para salvar al planeta de una amenaza externa, ¡a patadas!.
Moonfall presenta un refrito que va desde la propia El día de la independencia (Independence Day, 1995) hasta La cosa (The thing, 1982), pasando por Esfera (Sphere, 1998) y El abismo (The Abyss, 1989), y cuanta fantasía interestelar quiera sumarse. Un reciclaje de todos los relatos sobre el fin del mundo de antaño, con mucha gracia autoconciente que le sienta bastante bien.
Estamos ante un producto hecho para sábados de súper acción pero con un enorme presupuesto que choca con sus aspiraciones banales y pasatistas. Un tipo de cine que en tiempos de híper realismo no encuentra su razón de ser. No sería sorpresivo que la próxima aventura apocalíptica de Emmerich la veamos directamente en alguna plataforma.