Un disparate que nunca se asume como tal
La premisa de la nueva película del director de "Día de la Independencia" es un Emmerich de pura cepa: la Luna se sale de su órbita y adopta una trayectoria elíptica que la llevará a estrellarse contra la Tierra.
Al alemán Roland Emmerich puede pedírsele cualquier cosa, menos sutileza. Si bien coqueteó con el cine de acción más rustico en El ataque, el director de Día de la Independencia, El día después de mañana y 2012 construyó una filmografía que orbita mayormente alrededor de un cine catástrofe desatado y desacatado. Uno que imagina las mil y un formas posibles para la extinción de la humanidad, desde invasiones extraterrestres hasta glaciaciones, pasando por el cumplimiento de profecías mayas apocalípticas. A todo ese grupo se suma ahora Moonfall, cuya premisa es un Emmerich de pura cepa: la Luna, por razones en principio poco claras, salió de su órbita y adoptó una trayectoria elíptica que la llevará a estrellarse contra la Tierra en tres semanas, no sin antes desprender miles de rocas gigantes que difícilmente puedan ser destruidas por la atmósfera. Pero algo falta para la que la cosa funcione. Y los resultados son más catastróficos que la situación planteada en la película.
La diferencia con las destrucciones masivos anteriores es que donde antes había un humor plenamente consciente del absurdo, una suerte de metadiscursividad que alcanzó su punto caramelo en 2012, ahora hay un tono sepulcral que vuelve imposible involucrarse con un disparate que nunca se asume como tal, una cruza bastarda entre Armagedón, la ambición intergaláctica de Star Wars y el extravagante y explicativo cine de Christopher Nolan que arranca con un grupo de astronautas haciendo una serie de reparaciones en el exterior de la nave, hasta que una misteriosa nube de partículas negras les pega con fuerza y deja como saldo la pérdida de uno de ellos.
Toda la culpa recae sobre Brian Harper (Patrick Wilson, el Ed Warren de El conjuro), quien desde entonces no se lleva bien con la NASA. Su compañera Jo Fowler (Halle Berry, en su regreso a los cines argentinos luego de largos años), en cambio, siguió vinculada con la Agencia espacial, y será la llave que le abra las puertas de una nueva aventura suicida cuando se avecine el desastre.
Moonfall no esquiva los lugares comunes de este tipo de relatos, incluyendo a un nerd aficionado dispuesto a todo para colaborar y una subtrama vinculada con la supervivencia de la ex de Brian, sus hijos y su nuevo marido (Michael Peña). Es justamente ese nerd (John Bradley) quien se acerca al ex astronauta para comentarle sobre unos cálculos matemáticos que indican el cambio de órbita lunar. Si en 2012 todo se limitaba al protagonista (el conductor de limousines a cargo de John Cosack) sorteando fracturas terrestres manejando autos, aviones, lanchas o lo que sea, aquí el asunto adquiere visos de ridiculez supina cuando empiecen las explicaciones.
No conviene adelantar de qué van, porque se trata de uno de los conejos más grandes sacados de la galera de los guionistas en la historia del género. Solo que el alemán cree a pies juntillas en esas situaciones y las narra con un convencimiento místico. Emmerich, uno de los pocos directores con la capacidad de divertirse filmando y empapar sus trabajos con ese placer, se puso el traje de director serio e importante. Y le queda pésimo.