Hay dos maneras de ver las películas de Roland Emmerich: como espectáculos catástrofe o como sátiras. La segunda es más interesante, aunque no siempre cumple. De hecho, su film más exitoso (Día de la Independencia) se autodestruye cuando cumple su fin de destrozar todo a partir de la idiotez humana y la maldad extraterrestre.
Moonfall combina un poco de Día... con otro de sus éxitos, 2012, quizás lo mejor que hizo porque la parte satírica funciona bien. Aquí pasa que la Luna se cae contra la Tierra, pero en realidad la Luna es otra cosa, y los que tienen razón son los conspiranoicos, mientras que los héroes son dos astronautas a los que la NASA les quita credibilidad.
Después hay show de destrozos, pero si se ve la película con una mirada más distanciada, Moonfall es mucho más efectiva -y dice lo mismo, de contrabando y sigilosamente- que No mires arriba, el explícito panfleto cómico de Adam McKay (volvé, McKay, te perdonamos).
Emmerich se divierte con todo esto, es evidente, y logra señalar taras humanas y políticas de un modo que el cine “comprometido” de hoy no logra. Es cierto, gran parte del guión parece diseñado con pereza, pero hay cierto tono que permite adivinar la intencionalidad del descontrol. Es simple: si un film de Emmerich divierte (no pasa, por ejemplo, con Midway) es porque no se toma del todo en serio.