Nueva adaptación cinematográfica del clásico videojuego
La vuelta al cine del clásico relato de contienda entre fuerzas del bien y del mal, naufraga entre la solemnidad de un rancio estilo de narrar, plagado de estereotipos y lugares comunes, y la necesidad de impulsar una nueva franquicia para solventar los abultados costos de producción, impulsando un híbrido entre serie de televisión y película que aburre a los pocos minutos de iniciado.
Con el antecedente de una fallida versión de 1995, con Christopher Lambert como cabeza de elenco, el debutante Simon McQuoid, con el aval de James Wan, se embarca en la tarea de reimaginar el universo de Mortal Kombat para la pantalla grande, reclutando estrellas de todo el mundo para plasmar la eterna lucha del bien y el mal, y que ha convertido al juego en uno de los más exitosos de todos los tiempos.
Un arranque potente, con la presentación de Hasashi y su familia, en una idílica escena que podría ser parte de cualquier clásico oriental, antes de ser abordados por el siniestro Bi-Han para teñir de sangre todo, auguran una continuidad interesante, pero no. Corte a, el presente, en donde un luchador profesional en decadencia (Lewis Tan) descubre el misterio tras la marca del dragón que lleva en su pecho y que no es otra cosa que la invitación al combate mortal que da nombre al film y del cual dependerá el destino de la humanidad si no logran destruir a las fuerzas oscuras que desean profundamente apoderarse de todo.
Tras proteger a su familia luego de aceptar el desafío propuesto, Cole se alineará a Jax (Mehcad Brooks), un poderoso guerrero, Blade (Jessica McNamee), una mujer fuerte que sin tener la marca, también quiere ser parte de la aventura, y a Kano (Josh Lawson), un traficante charlatán que por tres millones de dólares desea combatir al mal.
En el medio de todo, la reaparición de Bi-Han ahora como Sub-Zero, un asesino que tiene la capacidad de congelar todo a su paso, y al que, en cada escena precedente a su aparición, McQuoid se encarga, de repetir el recurso musical y de efectos visuales para advertir su llegada.
Y ese recurso, reiterado hasta el hartazgo, opera en Mortal Kombat (2020) como un recurrente de su narración, una película trazada con débiles premisas, las que, iniciada la historia se desvanecen, especulando con la nostalgia que despertará en los espectadores la incorporación de los emblemáticos e icónicos personajes luchadores, para, con esa explosión de sonido y golpes, hacer olvidar sobre aquello que carece y no logra sostener, una trama que contenga todo.
Para sumar decisiones desafortunadas, en el personaje interpretado por Lawson, que despierta inentendibles risas en las proyecciones con la prensa especializada, lo más revulsivo de la sociedad patriarcal, misoginia, homofobia, violencia innecesaria, se cristaliza en cada aparición del mismo.
Película infantil, caprichosa, y que en la idea del “corre por tu vida”, se motoriza la progresión dramática, la que, ni siquiera en sus contiendas, potencia algo de aquello que se podría esperar de una historia como esta.
En resumidas cuentas, para aquellos que desean pasar un momento de entretenimiento, lo mejor que pueden hacer es encender su consola de juegos, elegir un luchador, y pasar dos horas de su vida practicando virtualmente las peleas, algo que será mucho más productivo que ingresar a la sala de cine para ver una débil propuesta que no está a la altura de las circunstancias y que trata a los espectadores de ingenuos.