El arte de lo aburrido
Empecemos diciendo que hay que ver Mortdecai sin pururú ni gaseosa en las manos; el riesgo de tirar ambas cosas al piso por aburrimiento es grande. El director David Koepp apostó en esta ¿comedia? todas las fichas del éxito a la camaleónica figura de Johnny Depp, que acaba regodeándose en una maroma de lugares comunes para componer uno de sus papeles menos dignos.
Mortdecai es el apellido de un excéntrico traficante de obras de arte (Depp), un señor sin escrúpulos que se pasa la película entera tratando de evitar la bancarrota en su matrimonio con Gwyneth Paltrow (más anodina que nunca). Para esto colabora en la investigación de un crimen relacionado al mundo del arte con un policía de alto rango (Ewan McGregor, en su actuación menos memorable) que, a la vez, está enamorado de Paltrow. Hay una serie de enredos (que bordean la frontera que separa el absurdo de la pavada sin sentido) y situaciones aparentemente cómicas que no alcanzan a empujar una trama tan remanida como previsible.
Si un mérito tiene Mortdecai es haberse ganado un pasaje al país del olvido, sin escala en la estación del entretenimiento. Una película ideal para la tarde de un domingo –en la tele–, con la posibilidad de hacer zapping sin culpa.