El engaño es la película
Lo rocambolesco es un término utilizado para señalar aquella fusión de aventuras con comedia con elementos realmente inverosímiles que terminan dando un entretenimiento vertiginoso, la diversión por la diversión misma. Si bien Rocambole (de allí el término) es un personaje del Siglo XIX, su conceptualización en el cine tiene una fuerte herencia a partir de las décadas de 1960 y 1970, con la saga de La pantera rosa como máximo referente y con Blake Edwards como uno de sus ejecutantes. Por eso, cada vez que el cine busca aquel espíritu juguetón de lo rocambolesco no puede evitar recurrir a historias con un fuerte aire old fashioned que empatan estéticamente aquellos espacios donde la lisergia, una paleta de colores potente, mucha bebida con hielo, música con presencia de instrumentos de viento, múltiples personajes, y tramas de espionaje y robos abundan. Hay ejemplos bien precisos como la primera Casino Royale, la reciente remake de Gambit o más elaborados como la saga de Austin Powers, sin dejar de lado aquel intento de renovación que fue la subvalorada Hudson Hawk con Bruce Willis. Ahora, Mortdecai: el artista del engaño llega para continuar la dinastía. Y no puede más que fallar en el intento, como lo hacen la mayoría de estas películas rocambolescas.
El film está basado en la serie de novelas que Kyril Bonfiglioli firmó allá por los 70’s -como se ve, época clave para esta movida-, con una evidente apuesta por divertir a partir de las aventuras un poco bufonescas de su personaje principal. La película dirigida por David Koepp tiene el robo de una importante pintura, agentes especiales, coleccionistas y mafiosos tras los pasos de esa obra, viajes por Europa y Estados Unidos, un ritmo vertiginoso pactado por un montaje trata de eludir las escenas de transición, un juego de screwball comedy entre su pareja protagónica, humor visual que bordea el slapstick y un protagonista absolutamente bufonesco como Johnny Depp. Por todo esto no se puede negar que Mortdecai: el artista del engaño no lo intenta. Pero algo pasó entre la planificación y la concreción, que terminó dilapidando la potencial gracia del producto y reduciéndola a algunos chistes más o menos efectivos dispersos por aquí y por allá.
Es sorprendente, porque tanto Depp como sus coprotagonistas (que incluye una lista interesante como Gwyneth Paltrow, Paul Bettany, Ewan McGregor y más) hacen todo el esfuerzo (y se nota) para que la película sea realmente divertida. Y no lo logran, un poco por esa cornisa donde lo rocambolesco suele pararse: ese ritmo, ese vértigo que la historia necesita, requiere de un gran timing para que se ejecute con gracia. Y Koepp nunca lo encuentra, no porque no sepa cómo hacerlo (es un consumado guionista, aunque es verdad que pocas veces se vinculó con la comedia) sino porque evidentemente las piezas no terminan de encajar correctamente, y el guión muchas veces recurre a chistes tan ordinarios como viejos, suponiendo que lo vintage habilita a que nos riamos con Depp tocando un par de tetas. Y la sonrisa, cuando aparece, es más leve que intensa. Más preocupante es la carencia de Paltrow para jugar el juego de diálogos veloces y filosos.
De todos modos, lo mejor que se puede decir de Mortdecai: el artista del engaño es que es una película inofensiva, que no busca trascender ni utiliza su trama leve como excusa para hablar de otras cosas. Es apenas un producto fallido, que en todo caso evidencia el nivel de vacuidad que subsiste en la industria del cine norteamericano y que gana pantalla en detrimento de películas más atractivas.