El póster ya lo dice todo
La contemplación del afiche de Motín en Sierra Chica presagiaba lo peor: las cuatro figuras casi pegadas con Plasticola en la imagen, el slogan (“Atrapada en el infierno”) buscando generar un vacuo suspenso desde la figura femenina, las salpicaduras de sangre tratando de enganchar al estilo explotation, recordaba demasiado al cine de Emilio Vieyra, con films como Cargo de conciencia, Correccional de mujeres, Comandos azules y un largo etcétera que procuramos olvidar. Si luego veíamos el tráiler, el presagio se hacía aún más oscuro, pero las reservas eran obligatorias, porque siempre puede surgir una sorpresa.
Lamentablemente, todos los vaticinios negativos se cumplen, y al por mayor. La verdad que los terribles sucesos del motín de Sierra Chica son difíciles de pensar en una posible traslación al ámbito cinematográfico. Allí se hicieron cosas que establecieron nuevos límites para el horror habitual de las instituciones carcelarias en la Argentina y que deberían generar todo un debate sobre cómo ponerlos en imágenes: ¿qué mostrar y qué no? ¿De qué manera? ¿Cómo poner en cuestión las variables sociales, penales, políticas, religiosas, incluso de género que entraron en juego? ¿Cuál debería ser el marco estético? ¿Es posible un marco estético? Todas estas preguntas, que tienen que ver con lo ético y moral aplicado al séptimo arte, Motín en Sierra Chica no se las hace. No le interesa, simplemente aprieta el acelerador y muestra todo con total irresponsabilidad y desparpajo, explota el conocimiento previo del público de los acontecimientos -las empanadas y las cabezas rodando, por ejemplo- con el mayor trazo grueso posible, cayendo en todos los lugares comunes, sometiendo a los personajes y por ende al espectador a un derrotero tan insoportable como innecesario.
Pero lo negativo no se queda sólo en esa puesta en escena amoral, plagada de una visión superficial sobre la justicia, la cárcel como institución o la religión. Si habían suficientes elementos para pensar que los avances en los conceptos de producción de los últimos veinte años habían impuesto un piso técnico razonablemente alto en el cine argentino, Motín en Sierra Chica aparece como una gran contradicción: efectos especiales de bajísimo nivel -que incluyen un uso de croma en algunos planos generales en extremo deficientes-, escenarios que nunca superan el artificio, elecciones de planos que jamás salen de lo televisivo en el peor sentido del término, actuaciones construidas sobre los gritos y la exageración, y una banda sonora que atrasa varias décadas.
Da para pensar cómo es que un proyecto como el de Motín en Sierra Chica, un desastre en toda regla, un viaje a un pasado al que el cine argentino no debería volver, termina atravesando toda una serie de instancias de financiamiento, aprobación de créditos y producción hasta llegar a su estreno. Será que a veces la cantidad de estrenos no implica calidad de estrenos.