El policial negro ha sido uno de los platos fuertes del cine francés durante décadas. Lejos del modelo analítico inglés, con detectives impecables que no se contaminan con lo que investigan, acá los policías son criaturas atormentadas por oscuros fantasmas que vienen de lejos. Este “polar” (como lo designan ellos) de Olivier Marchal, que convocó a más de un millón de espectadores en Francia durante la temporada 2008, cierra la trilogía iniciada con “Gangster”, seguida luego por “El muelle”. Nuevamente, el imparable Daniel Auteuil (actor que funciona en cualquier registro), vuelve a hacerse cargo de Louis Schneider, ese policía duro e incorruptible, dominado por el alcohol. El escenario: Marsella. Le toca en este caso seguirle los pasos a un asesino serial que tiene en vilo a la ciudad, y contener, además, a una muchacha que acaba de perder a sus padres en circunstancias trágicas. Justine llega a su vida arrastrando también una historia muy turbia. Schneider está en la vereda de enfrente del sereno inspector Maigret. Es un tipo atormentado, con un pasado bravísimo y muchos problemas existenciales sin resolver. La investigación lo llevará a las mismas puertas del infierno, pero acaso en esta apuesta final se esconda su redención. Historias de soledades marcadas por la desesperanza. Afirmar a esta altura que Auteuil es un intérprete formidable, suena a lugar común. Su Schneider está cargado de matices y, a pesar de la dureza que exhibe, se vuelve entrañable. A su lado, Olivia Bonamy, como Justine, no se queda atrás en esta trama con personajes al rojo vivo en la ciudad impiadosa.