Homero Simpson a la uruguaya
“¿Usted conoce al señor Beckenbuaer, no?”, pregunta Wilson a la copera, mostrándole la foto de un hombre viejo. “Estamos buscando a su nieta y heredera”, tira el anzuelo y la chica, no precisamente ingenua, pica. Wilson al principio pensaba que Jacobo Kaplan estaba loco o chocho, con la idea esa de secuestrar a un presunto ex criminal de guerra nazi, vendedor de pescado fresco en una playita de la costa uruguaya. Pero total Wilson no tiene mucho que perder (tampoco que ganar, a decir verdad), así que decidió seguirle la corriente al viejo y lanzarse a esta pequeña aventura, falseando identidades e inventando personajes inexistentes, en busca de develar la verdad sobre Julius Reich, el octogenario de la playita. Simpática comedia de perdedores, Mr. Kaplan tiene algo que decir en relación con la gris realidad y el deseo de tener una vida peligrosa. Un alcance algo limitado y cierta tendencia al happy end apresurado no impiden que el opus 2 del montevideano Alvaro Brechner sea un film estimable.Ya la ópera prima de Brechner (Mal día para pescar, 2009) era, como ésta, una buddy movie de losers. Aunque había en ella cierto miserabilismo que aquí, por suerte, no es de lamentar. Que Jacobo Kaplan (Héctor Noguera) está harto de una vida larga y sin sorpresas queda claro en la escena inicial, en la que durante una fiesta de casamiento va a parar, entre lágrimas, a un trampolín, aunque no sabe nadar. Por suerte cuenta con la fiel Rebeca (Nidia Trelles), que lo rescata del agua. Pero lo siguiente que hace es confundir primera y marcha atrás, dejando sin guardabarros a uno de sus “amigos” (las comillas corren para todas sus relaciones), por lo cual sus hijos, preocupados, deciden ponerle un chofer. Quién mejor que Wilson, ex policía retirado (o echado) de la fuerza (el inmejorable Néstor Guzzoni, visto en Tanta agua), que pasa sus noches dejando que la cerveza le haga crecer la panza, mientras juega con los flippers del boliche vecino. Ahí es donde la nieta de Jacobo le habla de cierto alemán a quien ella y sus amigos llaman El Nazi. Y donde el buen hombre corre a leer el libro en el que Simon Wiesenthal cuenta el secuestro y traslado de Adolf Eichmann, casi medio siglo atrás (para que las fechas calcen, Mr. Kaplan transcurre en 1997).Para que una comedia funcione, los personajes protagónicos tienen que tener una lógica y los secundarios, un color. Para que una comedia de perdedores funcione, además de eso se requiere que el guión y la puesta en escena los miren desde la misma altura. Ambas cosas están en su lugar en Mr. Kaplan. Basta que unos choferes impacientes le digan “viejo boludo” a don Jacobo para que se entienda el estado de angustia en que vive y que lo hará “colgarse” de la ilusión de gloria que sus mayores depositaron en él, al bautizarlo con un nombre bíblico. A Wilson alcanza con verle la panza asomando debajo de la trajinada camisa hawaiana, para comprender que es un Homero Simpson yorugua, al que su Marge echó de casa. Secundarios: los hijos como perro y gato, el cuñado corrupto de Wilson, el temible hijo de un ¿camarada de armas? de Reich, la hastiada nieta adolescente, el propio Reich (Rolf Becker, alemán “auténtico”, se parece enormemente al jerarca e intelectual nazi Ernst Jünger).¿Por qué, entonces, Mr. Kaplan no llega al 7 que indica un aprobado? Porque a la peripecia le falta tensión, algo más de negrura. Todo transcurre con demasiada calma, como si todos supiéramos que la persecución de Reich (¡qué apellido!) no es más que un jueguito. Allí se rompe el pacto tácito entre espectador y protagonista, porque Kaplan sí está convencido de que el viejo bronceado es un Eichmann de las playas uruguayas. La decisión de cerrar la película con un par de finales esperanzadores –cuando el remate previo iba para el lado de la desilusión– es otro punto en contra. En términos estrictos de puesta en escena, Brechner evidentemente sabe lo que hace. Así lo demuestran sobre todo la serie de barridos con que Wilson presenta a su socio el plan de secuestro, y un notable tema de créditos, pop francés cuya letra, compuesta especialmente para la ocasión, presenta festivamente a quien canta como “un SS en Uruguay, tomando jugo de papaya”.