La vida es un juego
Mr. Kaplan es un film 100 por ciento uruguayo, que malogra una buena idea en base a decidir tomar un rumbo lúdico cuando la espesura de la temática y la relación de los personajes, tal vez ameritaba otra dirección.
El segundo opus de Álvaro Brechner se concentra en la rutinaria y aplastante vida de Jacobo Kaplan –el chileno Héctor Noguera-, un anciano malhumorado y algo parco que no encuentra aventura alguna en su vejez. Parte de eso se sobre entiende al conocer los achaques de su cuerpo, y sobre todas las cosas, su pérdida de visión de un ojo que lo obliga a desistir por pedido de su familia del manejo de su viejo vehículo.
El costumbrismo encuentra rápidamente un aspecto leve y algunos chistes inofensivos para de inmediato abrir las puertas a un elemento extraordinario que sacará a Jacobo de su rutina y para el que necesita imperiosamente de la ayuda de Wilson, hijo de uno de los amigos de Jacobo, quien al estar desocupado acepta ser su chofer.
Para Jacobo, la compañía de Wilson implica el único recurso para llevar a cabo una misión que se impone como parte de una deuda moral, al enterarse que un jerarca nazi apellidado Reich –muy subrayado el chiste- anda suelto por las playas de Uruguay y Jacobo quiere cazarlo para que reciba el juicio justo al mismo estilo que el jerarca Adolf Eichmann, secuestrado en Argentina.
Sin embargo, el film no se adapta al cambio de registro y toma esta anécdota casi como un juego, de ahí lo lúdico como recurso para no solemnizar o dramatizar demasiado aunque el desarrollo del drama se concentra en los personajes y sobre todo en este dúo desparejo, donde Wilson juega las de perder. El actor Néstor Guzzini es ideal para el rol de perdedor con acento melancólico como ya lo demostró en el film Tanta agua -2013-, película de un tono similar y un humor asordinado que ya parece sello de la nueva camada uruguaya.
Las condiciones de una buddy-movie estaban servidas pero desaprovechadas a la hora de acentuar determinadas peripecias. No obstante, el racimo de personajes secundarios aporta buenas dosis de humor y subtramas que suman en lugar de restar, pero el tercer acto es realmente flojo en términos narrativos y mucho más como remate de la propuesta integral con un evidente desequilibrio entre la historia, las ideas y los personajes.