Seguramente la película más bella y sobria de la carrera del cineasta inglés –con fotografía de Dick Pope– cuenta los últimos años de vida del célebre pintor británico JMW Turner (Timothy Spall), cuyo increíble y sutil arte no parece combinar demasiado con una personalidad un tanto tosca y algo simplona. El filme se centra en su trabajo, en la relación con su casera, con una mujer que luego enviuda y con la que se relaciona sentimentalmente, con su igualmente juguetón padre, su insoportable ex mujer y sus hijas, a las que ni reconoce. Y, fundamentalmente pero no del todo explorado en la película, con su extraordinario arte. La pintura de la vida de este campechano, irresponsable y juguetón hombre se combina muy bien, por momentos, con la belleza de los escenarios y la calidad dickensiana que Leigh le da a las imágenes.
Mr Turner Mike LeighLa película se topa con dos problemas: algunas de las actuaciones, como suele suceder en muchas películas de Leigh, son excesivas, casi caricaturescas, con los personajes hablando, gesticulando y haciendo caras como si estuvieran en una obra teatral de principios del siglo pasado. El otro problema es la excesiva duración del filme: con 150 minutos la película se extiende, interminable, en motivos recurrentes. La segunda mitad, especialmente, parece eterna. De todos modos esos problemas no logran del todo arruinar la experiencia visual que es el filme, acaso la más interesante en ese terreno de toda la carrera del realizador de SECRETOS Y MENTIRAS.