Una vida iluminada
Joseph Mallord William Turner buscó la luz toda su vida: en su trabajo, en el mundo, en sí mismo; a lo largo de este camino, si bien empezó como parte de la escuela del Romanticismo, su trabajo fue mutando hacia la corriente del Impresionismo. El film Mr. Turner (Mr Turner, 2014) recorre la vida del pintor y su transformación, y comparte su obsesión por la creación y recreación de la luz y el color. Fiel al estilo de Turner, la cinta de Mike Leigh representa más la atmósfera que lo narrativo de cada elemento.
El film abarca 25 años de la vida de Turner, y comienza en 1826, cuando es un artista famoso que busca la inspiración en los viajes y el anonimato, escapándose casi diariamente hacia la costa, Holanda, o donde la naturaleza lo lleve. En el poco tiempo que pasa en su casa, Joseph solo se relaciona con quienes convive: su anciano padre (Paul Jeson) y su criada Hanah Danby (Dorothy Atkinson), una mujer que con una devoción cuasi-masoquista se entrega al pintor cada vez que el así lo desea. En Londres también tiene una ex-amante (Ruth Sheen), dos hijas mayores y hasta una nieta, aunque no tiene relación ni reconoce prácticamente a ninguna de ellas. La vida familiar no es una prioridad para Joseph, su vocación lo consume todo en él.
Rodeado de pérdidas a lo largo de su vida – su madre, su hermana y varios amigos- Turner parece haber perdido la sensibilidad o la compasión, resistiéndose con uñas y dientes a caer en la piedad o la desesperanza, buscando la luz entre toda la oscuridad. Sin embargo, esa compostura de acero y todo el tiempo que pasa en solitario, lo corroe: se comunica a través de gruñidos, bufidos, monosílabos, hasta cuando se permite llorar gime un lamento gutural. No solo eso, sino que parece haber perdido los modales, respondiendo a sus instintos sin pensarlo dos veces, exponiendo sus opiniones a sus colegas de la Royal Academy sin reparos, y dibujando hasta en las situaciones más inapropiadas.
Con el tiempo, esto tendrá sus consecuencias. La nueva etapa artística de Turner será incomprendida, rechazada y burlada (todos piensan que está perdiendo la visión), y dejará de formar parte del canon artístico de la elite londinense. Viejo, y aún obstinado, Turner se recluirá en lo único que siempre le ha aportado satisfacción: su querido pueblo de Margate. Allí se instalará con la viuda Sophia Booth (Marion Bailey), su última amante, quien despertara en él una pizca de humanidad.
Saliéndose del formato clásico de la biopic, el director Mike Leigh y su maravilloso director de fotografía Dick Pope captan la intensidad del carácter de Turner, contraponiendo su asimetría física con la divinidad de su talento, el caos de la creación personal versus el producto final. El método riguroso y a la vez improvisado de Leigh con los actores rinde frutos, sacando lo mejor no solo de su fiel actor Timothy Spall sino también de papeles menores, como las complejas mujeres que interpretan Dorothy Atkinson y Sophia Booth. El guión, por su parte, resulta refrescante al evitar contarnos sucesos clave de la vida del pintor, así como tampoco hace hincapié en la creación de sus obras más conocidas por el público.
Todo esto resulta en una historia más cruda y real que otras piezas de época, y atravesada por la magia con la que Turner observaba el mundo, para que todos lo miremos con él. El film es un reflejo distorsionado, impresionista, un intento por estudiar a un ser humano, y no reducirlo a una figura histórica.