¿Cómo empezar a hablar de una película como Muere, monstruo, muere sin recurrir a lugares comunes sobre el cine de terror argentino? La obra de Alejandro Fadel es un híbrido, un sincretismo de muchos elementos que por lo general circundan al género pero que nunca lo terminan de definir. Es un film difícil de clasificar porque constantemente juega con lo que se podría esperar de él, y la historia no abunda en explicaciones que permitan dilucidar cuáles son las reglas del mundo que nos presenta, dejando así el panorama abierto a una serie de interpretaciones que tal vez nunca lleguen a ningún lugar.
La trama de Muere, monstruo, muere tiene en un principio la estructura de un policial clásico, ya que nos encontramos con Cruz, policía de una zona rural de Mendoza, quien investiga la aparición de cuerpos decapitados de mujeres en terrenos aparentemente tranquilos y pacíficos. La intromisión de David, esposo de una de las víctimas y sospechoso de los crímenes, le aportará un componente místico y fantástico a la historia, ya que afirma que las decapitaciones son producidas por una extraña criatura que le susurra cosas, una voz que lentamente lo lleva a la locura. Dependerá de Cruz y sus colegas ir hasta el fondo de este caso intentando mantener la cordura en el proceso.
Una de las fronteras que la película logra sortear es la de ser mayormente atmosférica, poco dialogada y hasta por momentos lenta, sin resultar tediosa o densa. La tensión que el silencio propio de los fríos campos y los imponentes paisajes que se muestran en pantalla va aumentando a cada minuto, haciendo de este un terror que no recae en fórmulas baratas para incomodar. Por otro lado, en algo que realmente se destaca Muere, monstruo, muere es en su fotografía, probablemente una de las más fascinantes de la década en todo el cine argentino, no solamente de terror sino en términos generales. El aprovechamiento al máximo de los paisajes mendocinos y la habilidad de Fadel para crear tomas de una belleza pictórica envidiable es uno de los puntos más fuertes de esta película.
Con el correr de la historia, las influencias de la obra, algunas manejadas con mayor sutileza que otras, se dejan entrever con cierta facilidad. Desde la monstruosidad lovecraftiana que recuerda a John Carpenter o David Cronenberg, pasando por el humor incómodo e inoportuno al estilo de David Lynch, y llegando a la actualidad con algún guiño al horror cósmico de la película de Amat Escalante La región salvaje, el resultado de esta amalgama de elementos se siente bien equilibrada. La intertextualidad que Fadel y compañía establece con estos autores y sus obras es evidente, pero más a la manera de homenaje que de reproducción exacta que no profundiza en los aspectos que las hicieron tan icónicas.
Del lado negativo de la película se encuentran algunas actuaciones e interpretaciones que se sienten algo acartonadas. Los diálogos a menudo parecen más recitados que hablados espontáneamente, como si los personajes no sintieran lo que están diciendo de forma genuina, generando una sensación extraña al escucharlos. Por otro lado, el balbuceo de algunos de los personajes dificulta el entendimiento pleno de varias de las conversaciones que se dan a lo largo del film, que no son muchas. Esto sería un detalle quizás menor si uno de estos personajes no fuese el protagonista. Pese a que Víctor López encarna convincentemente a Cruz, imprimiéndole una personalidad fría y taciturna, por momentos su falta de modulación (acaso intencionada) da lugar a confusiones sobre lo que dice. Afortunadamente, Muere monstruo, muere es una experiencia audiovisual en toda su extensión y no depende exclusivamente de sus diálogos. Podría decirse incluso que coloca al guión en un segundo plano, pecado mortal para muchos espectadores, que en la actualidad se han convertido en devotos del libreto.
Esta película sin duda es un paso en la dirección correcta para el cine de terror sudamericano. Es una obra críptica y oscura, que sugiere más de lo que expone, y que al mismo tiempo hace desfilar una serie de reflexiones sobre qué significa el miedo. En una escena, hacia la mitad de esta historia, el superior de Cruz le cuenta al protagonista sobre diversas fobias, la mayoría de ellas bastante extrañas. Sobre la última que le cuenta es sobre la fobofobia, es decir el miedo al miedo mismo. Este intercambio, aparentemente inocuo, resume en cierto sentido el espíritu de esta obra. El miedo se puede manifestar de muchas maneras: se puede temer a aquello que se desconoce y que nunca se atestigua por completo; puede ser generado por algo visceral, repugnante y monstruoso, y también por lo mundano, lo humano, en definitiva, por el otro. Si el objetivo de este género es provocar este tipo de inquietudes, definitivamente Muere, monstruo, muere tiene este aspecto bien cubierto.