En las montañas de la locura
Muere, monstruo, muere, segunda película en solitario de Alejandro Fadel luego de la extraordinaria Los salvajes, es un film generoso en un sentido similar al de Zama de Lucrecia Martel: es tantas películas como visionados de ella uno lleve a cabo; cada vez que uno revé Muere, monstruo, muere (y Zama), se encuentra con una película distinta, con emociones diferentes, con enfoques a veces opuestos a los del visionado anterior que ponen todo en crisis y nos impiden dejar de pensar en ella. Ojo, no confundamos esto con aquel cine que da lugar a todo tipo de “teorías” respecto a su argumento: si bien Fadel abre montones de caminos posibles con un dispositivo narrativo que a simple vista pareciera ser de lo más intrincado, y que sin duda resulta fascinante, no deja de ser un juego que se termina cuando termina la película. No; cuando digo que es difícil dejar de pensar en Muere, monstruo, muere cuando uno termina de verla, y más aún si uno ya la había visto antes, me refiero a una cuestión más sensorial; al hecho de que se trata de la mejor película de terror posible: una que juega con nuestros sentidos, con nuestra cordura.
Muere, monstruo, muere es una película perturbadora porque tanto sus imágenes como sus ideas nos siguen acompañando mucho después de que la película haya terminado, en forma de pesadillas pero también (y esto lo hace más terrorífico) de pensamientos. En eso (y en varias cosas más, también) está muy cerca de Lovecraft, pero además de ponernos como espectadores, Fadel -como el Sutter Cane de En la boca del miedo de John Carpenter, el mejor Lovecraft de la historia del cine sin estar basado en Lovecraft y todas esas cosas que leímos mil veces- también nos convierte en partícipes de ese horror. Es difícil no quedarse pensando una y otra vez en ese monólogo del jefe de policía (Jorge Prado) sobre las fobias, o en esas peroratas extrañísimas, literarias y rayanas en la locura más atroz que David (Esteban Bigliardi) expone, a veces frente a la policía, otras frente a una psiquiatra (Romina Iniesta). Y Fadel como realizador complementa esto último con aquella escena enormemente bella y aterradora en la que Cruz (Víctor López) escucha las grabaciones de los encuentros entre David y la psiquiatra mientras cruza un túnel y todo (distancias, sonidos, oscuridad y luz) comienza a confundirse y perder sentido, en un momento que, ya que estamos, corre en paralelo con la escena en que John Trent cruza otro túnel para llegar al pueblo ficticio de Hobb’s End en la película de Carpenter que mencionamos más arriba. Pero no podemos decir exactamente que estamos frente a una mera cita (si es que se trata de una cita), porque Fadel le da a todo una autonomía y una personalidad que hacen que ese todo se vuelva propio.
Muere, monstruo, muere se emparienta con Zama también en el hecho de que ambas deben ser las películas locales más visualmente bellas de, por lo menos, esta década. Claro que esto no es porque “los paisajes son lindos” (si bien, no podemos negarlo, los paisajes son lindos), sino porque la película está repleta de grandes ideas visuales y de encuadres precisos: el plano cenital de los personajes andando a caballo por las montañas nevadas (sí, Corbucci y también Tarantino, pero de nuevo: Fadel), aquel plano espejado de Francisca (Tania Casciani) al lado del agua, esas motos misteriosas que aparecen en varios momentos. Y claro, también está el monstruo del título, un animatronic hermoso, grandote, rechoncho, de andar torpe, sexuado y hermafrodita que la película fotografía con la generosidad que semejante bicho merece.