El terror casi siempre es nocturno, solitario, opresor, amenazante. Pero el director mendocino Alejandro Fadel, sin renunciar a esos tópicos, lo tiñó de un tono surreal. Fadel, cuyas ideas evocan a algunos de los maestros del género como Friedrich Murnau y Dario Argento, contó además para lograr ese clima extraño con un equipo técnico impecable en el que se destacan la dirección de fotografía y la iluminación que construyen con un lenguaje visual refinado esta historia macabra. La trama bucea en la locura de su personaje protagónico, David. Interpretado por Esteban Bigliardi, David sufre de alucinaciones, habla de monstruos, obsesiones, se esconde en lugares apartados y oscuros de la zona cordillerana y escucha voces que le dicen cosas extrañas que no termina de entender. Cuando comienzan a sucederse una serie de crímenes violentos contra mujeres en una zona rural, David parece el culpable ideal. La policía local tiene dos líneas de investigación, una lógica y otra que da crédito a los supuestos delirios de David. Fadel toma decisiones narrativas y estéticas arriesgadas como mostrar en primer plano las mutilaciones, la sangre y otros detalles. Sin embargo, y a pesar de algunas imágenes que puede incomodar, el director prefirió apostar fuerte antes que repetir clichés.