Durante los últimos años, el cine de género ha hecho unos avances técnicos impresionantes en materia de efectos visuales y de maquillaje. Sin embargo, no puede evitar sentirse que si bien hay exponentes nacionales con voz propia, hay una persistencia en copiar a los estándares dorados del género a nivel mundial. Esto es, en particular para un cinéfilo, más doloroso de señalar cuando hay un nivel técnico sin fisuras pero un nivel narrativo que tiene demasiadas. Esa es la dicotomía en la que se encuentra Muere, Monstruo, Muere.
El Monstruo Interno
Muere, Monstruo, Muere cuenta la historia de una serie de asesinatos de mujeres que tienen en común un detalle: todas fueron decapitadas. Las muertes son atribuidas a un tal David, quien insiste en que los asesinatos son la obra de un monstruo. Lo que en principio parece una locura, empieza a adquirir cierto grado de verdad cuando las decapitaciones continúan ocurriendo a pesar de estar bajo custodia.
En Muere, Monstruo, Muere tenemos el que es lejos uno de los ejemplos más elevados de Efectos de Maquillaje que se han visto en el cine nacional. La calidad de los cuerpos decapitados denota un gran nivel de detalle e investigación forense. Las cabezas son reproducciones exactas de las de los actores; no son copias falsas que se notan a la legua como sendos intentos anteriores.
El monstruo en cuestión es de un diseño e interpretación a la altura de los vistos en cinematografías de más presupuesto, algo que muchos intentaban emular pero pocos lograban. Aparte, cabe mencionar que posee una fotografía en Cinemascope de gran riqueza en cuanto a composición de cuadro, al igual que la utilización de los colores y las sombras para crear contraste.
Todos estos logros destacados hacen que escribir sobre los defectos narrativos de la película sea particularmente lamentable. Se aprecia la intención de ser una propuesta distinta de todas las películas de monstruos que se han hecho, independientemente de la procedencia de dichos títulos. Pero todo queda en esa intención.
El resultado final del film de Alejandro Fadel es demasiado críptico para su bien, posee un ritmo muy cansino, no parece decidirse por un tono (oscila entre el humor negro o el slasher) o no sabe combinarlos apropiadamente y, lo peor de todo, no consigue involucrarnos con los sentimientos de sus personajes.