Con intriga y una pasión inesperada
El promocionado debut del "Chino" Darín en el cine se centra en un misterio, atravesado a la vez por la relación del joven policía con su superior. La ópera prima de Natalia Meta es también todo un relato sobre el deseo que se va abriendo.
Pocos films argentinos se han ido presentando de la manera en que lo ha hecho esta opera prima de Natalia Meta; casi ninguno de esa larga lista que da cuenta de esos nuevos títulos, ha gozado de tales beneficios. Más aún, algunos de los films que sólo se dan a conocer en el espacio Incaa de Buenos Aires, en la ahora recuperada sala del cine Gaumont, ni siquieran salen del radio de Capital.
Y es que tal vez el gran debut como protagónico del hijo de uno de los actores más aplaudidos del cine del mundo hispano, Ricardo "Chino" Darín, cuya participación en la tan renombrada serie televisiva "Farsantes" había sido ya destacada, llevó a que desde los carteles y afiches (que desde semanas antes de su estreno poblaran las calles de la ciudad) subrayara la presencia de una nueva figura en la pantalla nacional, heredero de una tradición familiar, que llega hasta sus mismos abuelos.
Un policial no es algo menor, por otra parte, en nuestra cinematografía de hoy. Son muy contados los films que apuestan a una narración clásica de género, que promueven cierta intriga. Y en tal caso el inmediato antecedente que pueda tener el público a mano es el que el mismo padre de este joven actor (nacido en enero del 89, en la ciudad de San Nicolás), sea el film de Patxi Amezcúa, Séptimo; para quien escribe esta nota un convencional film que sólo apunta a remarcar el protagonismo del personaje central... como está ya diseñado en el mismo afiche de promoción.
1989 también es el año en el que Muerte en Buenos Aires escenifica su acción. Año que recordaremos por ese forzado y prepotente cambio de figuras institucionales, orquestado por la patria financiera con los sectores más conservadores; con esa figura de turno, que cambiará su ropaje tradicional por la moda Versace, que será reelegido pese a los diferentes vaciamientos que la sociedad irá experimentando.
En este año 1989, de las llamadas corridas económicas y continuos y no programados cortes de luz, transcurre esta historia que se abre en el mismo ámbito donde ha tenido lugar un asesinato. Estamos ahora en una habitación de un departamento de la zona de Recoleta y junto al cuerpo de la víctima un joven agente de policía se encuentra a la espera de sus superiores, revisando objetos a la vista. De doble apellido, perteneciente a la alta alcurnia de la sociedad porteña, miembro del Jockey Club, coleccionista de obras pictóricas, el recientemente asesinado marcará un lugar de ingreso a toda una serie de interrogantes que circularán por diferentes derroteros.
Y es así que entre este muy joven agente llamado Gómez ("Chino" Darín) que vive allá, cruzando el puente del barrio de La Boca, y su superior, el inspector Chávez, rol que asume el actor mejicano Demian Bichir (admirable su labor en A better life), el curso de los acontecimientos irá recreando el permanente juego entre el gato y ratón; a partir de órdenes y mandatos, de deseos reprimidos, de una búsqueda y rechazo, que en su recorrido van a ir expandiendo el círculo inicial de la investigación.
La ciudad de Buenos Aires adquiere en este film el carácter de un espacio fuertemente dramatizado desde la misma construcción de un guión, que colocan al film en el espacio de la tradición del cine negro argentino. Y desde este perspectiva, creo reconocer las huellas de los policiales de Daniel Tinayre de principios de los 60; particularmente, Extraña ternura del 64, en el cual está muy presente la temática de la pasión homosexual, film precedido por otros dos notables títulos: El rufián y Bajo un mismo rostro.
Los fines de los ochenta en este film de Natalia Meta nos permiten reconstruir el mundo de la noche, sus particulares matices y un acercamiento, en relación con el planteo de la historia, a los boliches gays; tomando como referente, tal vez, el film "Cruising" de William Friedkin, que aquí estrenada en tiempo de censura fue mutilada y cambiado en su montaje final. La tensión sexual, el sentimiento amoroso, nos lleva a escuchar a la misma realizadora, quien en más de una oportunidad ha comentado que su deseo era trasponer esa historia de amor, no ya entre vaqueros, sino entre agentes del orden, que se daba en el premiado film de Ang Lee, Secreto en la montaña del 2005.
Por el camino de los indicios, los agentes irán abriendo nuevas puertas, aunque la orden desde arriba sea cerrar ya el caso. A los espectadores les basta con observar rostros, gestos, actitudes, tonos de voz y ver cómo los pactos de silencio y la connivencia se amalgaman en la perpetuidad de los actos de corrupción. Y simultáneamente, entre esos renglones de sospecha, irán asomando otras pistas: las que hablan de una pasión amordazada, de una atracción en permanente movimiento vaivén, como la que se juega entre el superior y su subordinado; como la que se libra desde sus miradas, desde esos cada vez más cercanos encuentros.
Ya desde el título, Muerte en Buenos Aires va señalando el territorio por el que transitaremos. Y es la nocturnidad la que nos asalta en este film que entreteje más allá de la misma intriga, un relato sobre el deseo; un deseo que se va abriendo como cada nuevo interrogante sobre la escena del cuerpo asesinado, un hecho que se irá proyectando de manera progresiva sobre sus personajes; que los llevará a asumir una fuga y persecución nocturnas, que lindan con el destello y lo pesadillesco de lo onírico.