Los sospechosos hacen fila
Con el apoyo de una gran campaña publicitaria que invita al espectador a descubrir al culpable de un asesinato, llega esta película de Natalia Meta (antes productora de Un amor y Las Acacias) ambientada en 1989, en una Buenos Aires sacudida por los cortes de luz.
El inspector Chávez (el mexicano Demián Bichir, nominado al Oscar como "mejor actor" por Una vida mejor) queda a cargo de la investigación del crimen de Jaime Figueroa Alcorta (Martín Wullich), quien es encontrado muerto en su cama. A la escena llega -anticipadamente- el agente Gómez ("Chino" Darín), un atractivo policía que afronta su primer caso y se convierte en la "carnada" para atrapar al asesino.
Con estos elementos, la realizadora tiene entre manos una historia situada en un selecto boliche gay, donde hace sus presentaciones musicales Kevin Carlos González (Carlos Casella), el cantante de Manila que era amante de la víctima.
En Muerte en Buenos Aires todos hacen fila y se convierten en posibles sospechosos de una trama que explota la búsqueda de la identidad sexual, las inseguridades de los personajes (el hombre de familia salvado por el novato)y que sólo muestran la punta del iceberg que esconde una red de narcotraficantes, robos de pinturas y más.
El film tiene el mérito de ser entretenido, visualmente atrapante e incluye una banda de sonido con temas populares de la década. Y a todo su andamiaje de apariencias engañosas, mundos de neón, miradas seductoras, cámaras ocultas y estampida de caballos en pleno centro financiero de la ciudad, se suman la policía sexy (Mónica Antonópulos), el comisario (Hugo Arana), el juez (Emilio Disi) y la hermana -de alta clase- de la víctima (Luisa Kuliok en una fugaz aparición).
La trama se expande en varias direcciones y, aunque por momentos no logra cerrar cada una de las historias, propone un juego en el que confluyen la intriga, el suspenso y la pasión. Chino Darìn, en su primer protagónico, sale airoso, seduce y convence con su agente aniñado de La Boca que se debate entre su novia y sus desos más íntimos, en un micromundo violento que está por asomar.