Muerte en Buenos Aires es al género policial lo que Los Wachiturros a la música.
Una historia que trae al recuerdo las películas malas que solían hacer en este estilo Rodolfo Ranni y Gerardo Romano en las décadas del ´80 y ´90.
La única diferencia es que este estreno presenta un trabajo decente en los aspectos técnicos de realización.
La trama es tan mala como Maldita cocaína, con Osvaldo Laport, con la particularidad que está mejor filmada.
En el caso de esta producción nos encontramos con una muy buena labor de fotografía y una lograda reconstrucción de los años ´80. Es una lástima porque son recursos que se desperdiciaron en un argumento pobre y aburrido.
Cualquier guionista que hubiera leído en su vida un libro de Elmore Leonard, Joseph Wambaugh o James Ellroy jamás podría concebir una historia tan mala como Muerte en Buenos Aires, porque hubiera aprendido de estos maestros a evitar los clichés estúpidos que afectan a las propuestas mediocres de este género.
No te gusta la literatura, tenés una auténtica universidad del cine policial en los trabajos de directores como Sam Fuller, Sam Peckinpah, Umberto Lenzi, Enzo Castellari, William Friedkin o David Ayer.
La verdad que uno ve lo que hace la BBC en series como Luther (Idris Elba) y después te encontrás con esto en el cine argentino y te dan ganas de llorar.
La trama es completamente inverosímil de entrada.
Un cabo novato de la Policía Federal con total facilidad termina trabajando en un caso mediático de homicidio junto al detective de una brigada, simplemente porque se trata de un muchacho colaborador.
Lo que sigue a continuación es un collage de lugares comunes y situaciones ridículas que son desarrolladas con personajes estereotipados. El juez que interpreta Emilio Disi, el comisario de Hugo Arana o el gay trillado que compone Carlos Casella parecen más caricaturas que personas reales .
En una escena Demián Bichir se despide del Chino Darín y entra a su casa. El policía se descambia y se acuesta luego de la jornada de trabajo. Mientras duerme, su hijo toma un revólver y lo dispara accidentalmente. Entonces de la nada aparece Darín, quien escuchó el disparo con su oído bioníco, e irrumpe en la habitación de Bichir para salvar al niño y quitarle el arma.
Escenas ridículas como esa abundan en el film y son la que generan que uno mire esta película hasta el final simplemente para reírse de lo mala que es.
Ni hablar de la relación forzada que se gesta entre los dos protagonistas que entra directamente en el terreno de lo bizarro.
Dentro del reparto, Demián Bichir se esforzó por brindar una interpretación decente pese al material que le brindaba el guión.
Cosa que no ocurre con el Chino Darín y Mónica Antonópulos, quienes no resultan creíbles en los roles de policías. En el caso de la actriz, con el transcurso de la historia, su personaje queda completamente desdibujado y no tiene mucho para hacer en el conflicto.
Por otra parte, la directora Natalia Meta nunca logra construir con su narración situaciones de tensión y suspenso sólidas que generen interés por la trama que se presenta. Un elemento clave en una propuesta de estas características.
Antes de perder tiempo y dinero con Muerte en Buenos Aires la mejor recomendación que se le puede hacer a un amante de este género es buscar la excelente miniserie de la BBC, Line of duty, que ofrece una gran historia policial en serio.