Si Marlowe viviera...
Un adinerado coleccionista de arte es asesinado y la investigación recae en el experimentado inspector Chávez, auxiliado por el novato agente Gómez. El avance de la pesquisa irá sufriendo inesperados giros que desconciertan a Chávez, a medida que se revela una trama de corrupción y de ilícitos.
La directora y guionista Natalia Meta se planteó varios desafíos interesantes en su primer largometraje. Abordó un planteo que involucra a la policía, la Justicia, el tráfico de influencias entre los poderosos y el ambiente gay de la noche de Buenos Aires. Y puso en el centro de su relato las indecisiones que asaltan a uno de los protagonistas, que terminan por jaquear sus convicciones, su vida familiar y su propia identidad sexual.
Uno de los principales logros tiene que ver con los aspectos visuales; la recreación del Buenos Aires de fines de los 80 es obsesivamente correcta, con una clara atención en la elección de los modelos de los automóviles, el vestuario, los peinados y las locaciones para el rodaje. La puesta en escena y los tiros de cámara revelan un cuidado especial, y todo está puesto al servicio del desenvolvimiento de la trama policial. Aquí es donde aparecen los tropiezos, porque quedan hilos sueltos en el esquema y porque los personajes no aparecen delineados de manera precisa.
El elenco se desempeña satisfactoriamente, aunque Demián Bichir no siempre sale airoso en su lucha por disimular su acento mexicano y hablar en “porteño”. “Chino” Darín resuelve correctamente su personaje, quizá uno de los más ricos que propone el guión, y los veteranos Emilio Disi y Hugo Arana disimulan con oficio algunas obviedades de sus personajes.
El filme se aparta de aquellos policiales negros en los que los protagonistas eran durísimos inspectores al estilo de Philip Marlowe (surgido de la imaginación de Raymond Chandler) o Sam Spade (creación del genial Dashiell Hammett), ambos encarnados en dramático blanco y negro por Humphrey Bogart. Por eso la directora elige el color, un ambiente brillante a plena luz del día (o profusamente iluminado por el neón ochentoso) y elude uno de los propósitos fundamentales del film noir: usar como pretexto la trama policial para disecar con fiereza a una sociedad decadente. Meta quiere realizar un filme prolijo, estéticamente atractivo y narrado con amenidad. A pesar de ciertas debilidades del guión, logra aceptablemente gran parte del objetivo.