Un absurdo regreso a los '80
Muerte en Buenos Aires es un policial, ópera prima de Natalia Meta, que narra la historia del inspector Chávez (Demián Bichir), un detective de la bonaerense a cargo de la investigación de un homicidio en la alta sociedad porteña. En la escena del crimen conoce al agente Gómez (el Chino Darín en su primer protagónico), policía novato que se convierte en su mano derecha y al que decide meter de encubierto en la operación para usarlo como carnada para atrapar al asesino.
Con un elenco interesante y una fotografía más que acertada, Muerte en Buenos Aires no parece al principio el absurdo papelón que termina siendo. Pero el mexicano Demián Bichir, nominado al Oscar por Una Vida Mejor, está muy lejos de alcanzar la profundidad actoral que logró en películas como Che, el argentino, o en la serie The Bridge. Y el Chino Darín es directamente otra historia.
Lejos de la calidad de interpretación de su padre –de cuyo apellido se cuelga desesperadamente, y el único resquicio por el que puede escapar- Darín junior es por ahora sólo una cara bonita, y éste, su primer protagónico en el cine, no le llega a los talones de su ascendencia.
Hugo Arana tiene un papel secundario muy chico, pero que salva por momentos a este film de caer estrepitosamente a la mediocridad. Sólo por momentos. Mónica Antronopulos, Carlos Casella, Emilio Disi, Humberto Tortonese completan el resto del elenco.
Algo rescatable de Muerte en Buenos Aires es el retrato de la clandestinidad gay en los '80, durante la presidencia de Alfonsín. Argentina, joven democracia, y con noches de placeres ocultos, y una nostalgia que no es capturada fielmente por el film, pero que salva algo de su esencia. Neones fucsias, luces desconcertantes y la constante imagen de caballos, galopantes metáforas de lo salvaje y de la majestuosidad reprimida.
El erotismo y la extravagancia se entremezclan de una manera casi atrapante en Muerte en Buenos Aires, pero que no llega a profundizar lo suficiente para hacerla una película creíble, y que deja al espectador desconcertado, sin saber si reír o llorar ante un acoplamiento de géneros que marea, confunde y borda lo tragicómico.