Policial abarcativo
Con el Chino Darín en su primer protagónico, la película es un thriller con algo de comedia, que también bucea en la identidad sexual.
Una noche, mientras muchos bufaban por los cortes de energía en la Argentina de fines de los años ’80, “Copito” Figueroa Alcorta, proveniente de una familia de doble apellido y alta alcurnia, aparece muerto en su cuasi mansión en Recoleta. El inspector Chávez (el mexicano Demián Bichir, que fue Fidel Castro en el Che de Soderbergh), un policía que maneja una cupé Fuego, toma a su cargo el asunto, y conoce en el lugar del hecho al agente Gómez (Chino Darín, abriéndose camino propio), un novato al que apodan El Ganso, vaya uno a saber por qué.
Bueno, ya se sabrá por qué.
Muerte en Buenos Aires es un policial con intenciones de denuncia, de corrupción policial y judicial, pero también una comedia y, por si fuera poco, es un filme que busca ahondar en las identidades sexuales de los personajes para crear un entramado más grande y complejo aún que el simple que podría imaginarse al ver un tocadiscos, o una birome Bic azul de capuchón blanco.
Con la reconstrucción de época acertada, con guiños para quienes vivimos esa época, Muerte...coquetea más que lo que llega a enamorar. Cada personaje tiene su costado secreto, o al menos no resuelto. A la ambigüedad sexual -“Copito” Alcorta era “un puto”, como lo define Chávez, y todas las sospechas se dirigen a Kevin (Carlos Casella), su amante y cantante- se suman jugadas turbias de parte de un comisario (Hugo Arana) y el juez de turno (justamente, de apellido Morales -Emilio Disi-). Algo raro se cocina por abajo, y Chávez, con Gómez como su mano derecha, más la agente Dolores (Mónica Antonópulos) indagarán, como siempre, hasta llegar ”hasta las últimas consecuencias”.
Es, sí, un policial descontracturado, con escenas que juegan a la Arma mortal, acción, humor, sexo, sadomasoquismo, drogas, pistas falsas, sorpresas y vueltas de tuerca. La opera prima de Natalia Meta es de factura impecable, aunque algunos momentos o actuaciones que pretenden generar mayor verosimilitud no estén acordes a lo que se propone.
Los giros idiomáticos muy del Buenos Aires de los ’80 (“ni fu ni fa”, qué churro”, “a calzón quitado” o “quedate piola”), tienden a acercar al espectador, a generar empatía con un filme de los llamados “comerciales” que cumple su cometido y no defraudará a su público.