La ingeniosa intriga policial de Agatha Christie, la buena labor de Kenneth Branagh como actor y director, los atractivos del lujo, la elegancia y el glamour de los ’30 revividos en la pantalla, también el atractivo de un paseo virtual en gran pantalla por algunas ruinas egipcias, y, por supuesto, la muy atractiva Gal Gadot luciendo los diseños de Paco Delgado y ganándose el favor de los espectadores en su papel de víctima de un amor y posible victimaria, esos son los principales puntos a favor de esta nueva versión de “Muerte en el Nilo”. Podría agregarse, también, la duración. Dura menos que la versión anterior, y eso que le pusieron un prólogo inesperado, medio discutible.
El mismo sirve a una caracterización más profunda del detective Poirot, y un poco también al fondo filosófico de la trama, que no todos los seguidores de Christie habrán de compartir. Pero los tiempos cambian, y las relecturas se imponen. Aclaración: no se traiciona el texto original, solo se agregan algunos detalles, miradas nuevas para un público nuevo, ajeno a las mentalidades de otras épocas. Es lo que hizo Branagh, por ejemplo, con “La flauta mágica”, que él mismo presentó en 2007 en el recordado Pantalla Pinamar. Ahora, ¿esta película es mejor que la de John Guillermin, de 1978? No, simplemente es distinta (¡pero cómo se extraña a los inefables Peter Ustinov y David Niven en los papeles de Poirot y su amigo el coronel Race!).
Pequeña historia: en Pinamar Branagh resultó ser un tipo sencillo y agradable, armado solo con sus palos de golf, capaz de aceptar las excesivas muestras de afecto, agacharse a acariciar los perros callejeros, y hablar de las Malvinas con conocimiento de causa. Decía Malvinas, nunca Falklands (se entiende, es nacido en Belfast, Irlanda del Norte).