PEQUEÑAS ESCARAMUZAS
Los primeros minutos de Mujer en guerra son más que interesantes: allí vemos a Halla, una activista ambiental que lleva a fondo sus convicciones, realizando un acto de sabotaje que apunta a desestabilizar a la industria del aluminio, para luego emprender una huida improvisada y eventualmente retornar, sana y salva, a su existencia habitual y “normal”, como una integrante más de la comunidad. Esas secuencias iniciales, tensas y vinculadas al thriller, pero que también se permiten recurrir a situaciones un tanto absurdas, prometían algo que nunca llega a concretarse por completo.
Lo llamativo es que esa infructuosa concreción del potencial del comienzo se termina dando porque la película de Benedikt Erlingsson se pasa de ambiciosa, y no solo porque introduce un giro dramático cuando Halla se entera que su solicitud para ser madre adoptiva ha sido aceptada, con lo que el sueño maternal choca con sus propósitos políticos. Mujer en guerra quiere poner a dialogar lo afectivo con lo ideológico, lo oculto con lo explícito, a través de diversos dispositivos vinculados a la comedia absurda y el realismo mágico, pero solo lo hace por acumulación, sin una verdadera estructura narrativa que respalde las elecciones estéticas.
Incluso hay pasajes puntuales donde Erlingsson pareciera querer evocar el humor absurdo del Aki Kaurismäki de El hombre sin pasado, pero esa apuesta tampoco llega a consolidarse. Si bien se podría decir que hay una búsqueda deliberada por incorporar distintas tonalidades y entregarse a lo ecléctico en las formas, lo que se impone es lo errático, la incapacidad para construir una narración consistente. De ahí que, a medida que pasan los minutos, la historia se va desinflando, con múltiples subtramas que nunca llegan a fluir adecuadamente y personajes que no alcanzan a generar una verdadera empatía.
La sensación general es que Mujer en guerra es muchas películas en una –una comedia de medio tono, un drama familiar, un thriller político, un relato de aprendizaje sobre los lazos afectivos- y a la vez ninguna. Lo que amaga con ser un relato disruptivo y potente, se termina condenando a sí mismo a ser un híbrido carente de un real impacto. Solo quedan algunos chispazos, insinuaciones de un film que encuentra numerosas dificultades para delinear una identidad.