Sexo, música estridente y desbordes en todos los matices
Ya en Pompeya, película anterior de Tamae Garateguy, se presentaba un importante grado de sofisticación visual para narrar una historia policial con personajes sórdidos y desagradables. Ahora le toca al terror en blanco y negro con tres protagonistas en una misma piel sufrida de mujeres lobos sedientas de sexo y sangre. La película trabaja desde la exhibición de colmillos afilados y semen eyaculado con la misma placidez con la que se muestran locaciones no demasiado exploradas en nuestro cine (por ejemplo, estaciones de subte) donde las mujeres lobo conocen a algunas de sus futuras víctimas. En ese sentido, Tamae Garateguy no esconde información (salvo en la primera muerte, filmada con una austera cámara fija). Se trate de sexo, música estridente, personajes desbordados en cualquiera de sus matices, cámara en mano por la calles de la ciudad y erotismo soft con tinte publicitario, todo en Mujer lobo resuena apabullante, invasivo, cool y berreta al mismo tiempo. Los cuerpos desnudos de Mónica Lairana, Guadalupe Docampo y Luján Ariza complacen al machismo voyeurístico de los personajes, y también, al espectador mirón que espía al sexo desde el ojo de una cerradura en forma de pantalla. Curioso film, explícito y explicativo, redundante y seductor, como si tratara de un policial de aquellos de HBO de fines de los 80 e inicios de los 90, Mujer lobo invade al género desde los márgenes, propiciando una relectura sobre el terror que no oculta su toque fashion entremezclado con el film explotation de bajo presupuesto y costosa posproducción. En ese punto están sus ostensibles virtudes, pero también, sus visibles defectos.