La Mujer Maravilla fue creada por el psicólogo y escritor William Moulton Marston en 1941, inspirado por Olive Byrne, la mujer con la que vivía en una relación poliamorosa junto a su pareja Elizabeth Holloway. La historieta era una expresión de la sincera militancia de Marston por el dominio de la mujer, aunque no tanto en la sociedad como en el sexo: el psicólogo era un confeso practicante del bondage.
De ahí que el arma de la Mujer Maravilla sea un lazo dorado con el que expertamente ata y reduce a los malhechores. Su primera contrincante fue Eviless, una dominatrix de Saturno que blande un látigo y se dedica a esclavizar hombres. Con la prematura muerte de Marston también desaparecieron las fantasías de sumisión y la fetichización de lazos y cuerdas. En este film, a tono con el neopuritanismo, asistimos a la total desexualización del personaje: se explicita aquí que Diana (Gal Gadot) ha pasado 66 años en soledad tras haber perdido al hombre de su vida en la primera película, que transcurría en 1918.
Tras una secuencia inicial que parece tomada de la vieja competencia televisiva American Gladiators y sin vínculo detectable con el resto del film, ingresamos en los años 80, una era de desigualdad social y capitalismo desbocado que acaso pretenda ser el obligado comentario sobre la presidencia de Trump. De hecho, el villano es un especulador financiero fallido llamado Max Lord (Pedro Pascal, en una sobreactuación incómoda de mirar) sobre el que recae un superpoder que parece salido de una comedia de Jim Carrey: cualquier deseo que otra persona le manifieste se hace realidad.
Esta habilidad mística no es más que un atajo no muy esmerado para que suceda cualquier cosa que haga falta, como el regreso de Steve Trevor (Chris Pine) o la creación de la supervillana Cheetah (Kristen Wiig). La narración es sorprendentemente confusa: es apenas un amontonamiento de sucesos vagamente conectados que dan pie a peleas o persecuciones. Sin una razón evidente, Lord no puede parar de conceder deseos a cualquiera al punto de que desata el caos global y, cuando todo parece insalvable, el modo en que se soluciona es aún más burdo. Esta película es la peor aparición de Gadot en una pantalla desde que se grabó con un grupo de celebrities desafinando “Imagine”.