Deseo y nostalgia
La nueva entrega de la Mujer Maravilla sigue los pasos de la serie protagonizada por Lynda Carter de la segunda mitad de la década del setenta, ahora situando la acción en 1984 en clave nostálgica como parte de un revival de esa década hoy nuevamente de moda por el marketing.
El film comienza con una escena aleccionadora típica del género de superhéroes sobre la vida en Temiscira durante la niñez de Diana en un torneo de destreza y habilidades guerreras en las que la joven hija de la Reina Hippolyta (Connie Nielsen) se destaca entre las bravas amazonas. Ya en 1984 el FBI le solicita a una gemóloga del Museo Smithsoniano de Washington colega de Diana, Bárbara Minerva (Kristen Wigg), que los ayude con la identificación de varios objetos antiguos destinados al mercado negro recuperados tras un asalto frustrado por la Mujer Maravilla (Gal Gadot) a una falsa joyería que traficaba las mencionadas antigüedades. Uno de los efectos recuperados resulta ser una piedra creada por un Dios de malas intenciones que concede los deseos que se le piden no sin un truco. En broma Diana pide que su novio, Steve Trevor (Chris Pine), regrese de la muerte, mientras que Minerva, una mujer tímida, recatada y torpe, anhela ser como Diana, una fémina sexy y fuerte que llama la atención e impone su presencia con soltura. Ambos deseos son concedidos pero un emprendedor petrolero en aprietos por malas inversiones, Maxwell Lord (Pedro Pascal), logra poner sus manos sobre la piedra y se convierte él mismo en el objeto que concede los deseos, tomando siempre a cambio la cosa que más importa de la persona que realizó el deseo, ya sea salud, riqueza o poder, desbalanceando así el precario equilibrio de la romántica realidad mundial de 1984.
El recurso de la nostalgia es aquí pobre y no logra cautivar y revivir la década del ochenta, generando una situación de arbitrariedad en el año y la década elegidos para situar la acción. Los efectos especiales y muchas decisiones respecto de los CGIs alrededor de los poderes de la Mujer Maravilla buscan recrear el tono de la serie original de los setenta sin éxito, generando una sensación de ridiculez. La trama intenta en algunas escenas retrotraerse a lo peor del humor de los ochenta, en lo que es una de las peores decisiones de la película, ya que no sólo no logra generar la risa que pretende sino que tampoco funciona a nivel narrativo en un guión con grandes problemas que intenta ser fantástico y sólo consigue ser necio en su recurrencia de los mismos dispositivos que hunden a la historia en un sinsentido a lo largo de todo el transcurso del film.
El eje del relato de esta fantasía de superhéroes es el deseo y la frustración ante la imposibilidad de cumplirlos por parte de los personajes centrales, posicionando la difícil necesidad de asumir este escollo vital como camino para encontrar el equilibrio, asumiendo que los sueños son imposibles para la mayoría de las personas salvo para un puñado que se destaca por sobre el resto.
Si el personaje de Maxwell Lord interpretado por Pedro Pascal no funciona desde ningún punto de vista, su propósito y sus acciones son completamente absurdos y su llegada a la piedra ni siquiera es explicada, al igual que el origen de la roca, el personaje de Bárbara Minerva es desperdiciado, ingresándola rápidamente en el injustificable despropósito del regreso de Steve Trevor y la pérdida de poderes de Diana, cuestión gradual también poco explicada que no tiene demasiado sustento ni importancia en la narración. Si Chris Pine no aporta demasiado al film, Gal Gadot compone un buen papel, en el que claramente se siente cómoda.
Otro gran problema del film es la falta de carácter de los villanos. Mientras que Maxwell Lord es un emprendedor confundido que sólo intenta que sus deseos se hagan realidad como el resto de la humanidad, Bárbara es una mujer cansada de pasar desapercibida o de ser maltratada, víctimas más que victimarios en una sociedad que es retratada como perfecta y balanceada, hasta que los deseos desmedidos de las personas comunes destruyen el equilibrio generando una catástrofe mundial.
Si la primera parte tenía serios problemas, especialmente en la resolución de la historia pero no tanto en la trama, aquí Patty Jenkins, Geoff Johns y Dave Callaham fallan en la construcción de los personajes, exponen ideas políticas que no tienen correlato en la historia, posicionan mal al feminismo intentando hacer lo opuesto y escudándose en la fantasía destruyen todo tipo de racionalidad, oponiéndose en lugar de homenajear a la serie y al personaje que pretenden celebrar. El cameo de Lynda Carter en el final es tan sólo un avance de la tercera parte y otro ad hoc que no aporta nada a la historia, embrollando cada vez más la mitología alrededor de la Mujer Maravilla y en esta oportunidad desaprovechándola al máximo.
Sin gracia, sin humor, sin una historia, sin coherencia, Gal Gadot no logra compensar el colapso producto de un relato que muere en sus propias contradicciones sin nada para ofrecer. Mujer Maravilla 1984 (Wonder Woman 1984, 2020) es una película anti utópica que adolece de lo peor de la retromanía, no tiene ni un ápice de credibilidad en todo el guión y recurre a injertos narrativos en una trama que no se sostiene de ninguna manera, destruye personajes y desparrama peleas que inducen al sopor y una deleznable alerta sobre pedir lo imposible, base de la utopía transformadora de la década del sesenta aquí convertida en objeto de escarnio tras vaciarla de contenido al negar la lucha y las relaciones sociales, romantizando la década del ochenta y la vida en Estados Unidos. El feminismo, cuestión central de la saga, queda en un segundo plano en escenas baladíes y demasiado rebuscadas que incluso alertan sobre la radicalización de este movimiento, generando preguntas sobre el compromiso de un film que parece más una propaganda de sumisión social que una película con una historia.